El Pabellón número 6 de Anton Chejov (fragmento final)

«Los enfermos visten harapos y se les da comer mal, basura; “comida de locos”, como se dice. El doctor Andrei Efímich es el encargado de los pacientes, a quienes atiende con amabilidad, pero con indiferencia. Su vocación de médico –que en realidad nunca la tuvo– se ha ido perdiendo en el tiempo. Él mismo se reviste de una gruesa caparazón para insensibilizarse frente a cada caso. Para él lo más importante es leer, tomar cerveza y fumarse un habano. Los internos antiguos son despojos humanos y los que han entrado recién, van en vías de serlo. Las autoridades conocen la situación pero la ignoran; no les conviene. En mejor tenerlos encerrados allí en esos pabellones de muerte a que anden sueltos por las calles. La sociedad, piensan los funcionarios, no se merece chocar o codearse con semejante escoria.

El lugar apesta y estremece. Chejov hace sentir ambas realidades. Dicen que la lectura de este cuento movió a Lenin a hacerse revolucionario».  E.B.G.

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Cuento corto de Antón Chéjov: Una mujer sin prejuicios

 Cuento, Chéjov,

Maxim Kuzmich Salutov es alto, fornido, corpulento. Sin temor a exagerar, puede decirse que es de complexión atlética. Posee una fuerza descomunal: dobla con los dedos una moneda de veinte kopecs, arranca de cuajo árboles pequeños, levanta pesas con los dientes; y jura que no hay en la tierra hombre capaz de medirse con él. Es valiente y audaz. Causa pavor y hace palidecer cuando se enfada. Hombres y mujeres chillan y enrojecen al darle la mano. ¡Duele tanto! No hay modo de oír su bella voz de barítono, porque hace ensordecer. ¡El vigor en persona! No conozco a nadie que le iguale.

¡Pues esa fuerza misteriosa, sobrehumana, propia de un buey, se redujo a la nada, a la de una rata muerta, cuando Maxim Kuzmich se declaró a Elena Gavrilovna! Maxim Kuzmich palideció, enrojeció, tembló; y no hubiera sido capaz de levantar una silla en el momento en que hubo de extraer de su enorme boca el consabido «¡La amo!». Se disipó su energía y su corpachón se convirtió en un gran recipiente vacío.

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La relación entre Raymond Carver y su editor, Gordon Lish

Raymond Carver, Gordon Lish

«Muchos se preguntan por qué Carver aceptó que su editor, Gordon Lish, le metiera tanta mano a sus textos que los desfiguró por completo. Algunos dicen que Carver se dejó llevar por la corriente y porque su dependencia del alcohol en esos tiempos (años 70) lo tenía secuestrado en una burbuja de indolencia. De este modo, se cree que no le habría otorgado mayor importancia a una corrección que fue inmisericorde. De los diecisiete o diecinueve relatos que le entregó a Lish, este modificó más de la mitad. En algunos solo dejó el 30 % de la escritura original. En otros cambió, totalmente, los desenlaces, echando al tiesto de la basura una escritura potente y llena de significados, además de valiosa por sus propios méritos». E.B.G.

Dime, Gordon: ¿qué les ha hecho a mis palabras? Esta es la pregunta que Raymond Carver, el autor de «De qué hablamos cuando hablamos de amor», debió de hacerle a su editor, Gordon Lish. 

 

Raymond Carver, escritor norteamericano nacido en Clatskanie, Oregón (1938), identificado con lo que se bautizó como el realismo sucio norteamericano, es un personaje controvertido, al margen de su obra y su indiscutible talento para contar historias cotidianas. Se le ubica junto a Julio Cortázar, Anton Chejov nada menos, y a Jorge Luis Borges.

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«Te espero dentro», de Pedro Zarraluki

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Te espero dentro, de Pedro Zarraluki

Francisco Rodríguez Criado

Afirma Pedro Zarraluki en una entrevista concedida a ABC que “el cuento puede ser tan complejo como la novela”. En realidad, creo yo, la gran complejidad no está en escribir un buen cuento, en singular (algo que, incluso por error, puede ocurrirle a más de uno), sino en escribir un buen libro de cuentos (plural) donde sus muchas piezas sueltas acaben encajando hasta dotar de pleno sentido al todo, como ciertamente ocurre con la novela, con las buenas novelas quiero decir.

Zarraluki ha conseguido esa unidad estructural y temática en Te espero dentro (Destino, 2014), volumen con doce cuentos que le ha llevado cuatro años de trabajo (entre redacción y sucesivas correcciones).

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Cuentos completos de Antón Chéjov

 

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Cuentos completos de Chéjov (Páginas de Espuma, 2013)

“Cuentos”, de Antón Chéjov

José Sánchez Rincón 

Ahora que la editorial Páginas de Espuma va a sacar una edición con todos los cuentos de Chéjov, me gustaría redactar unas líneas sobre ellos; empresa fácil y complicada a la vez, por ser uno de los autores favoritos de muchos de nosotros, el padre del cuento moderno, y difícil, porque sobre él ya se ha dicho casi todo. Respecto a su forma natural y sencilla de escribir recibió muchas críticas de sus coetáneos, quienes le ninguneaban. Chéjov se quejaba de ello en sus cartas y hacía referencia a cómo había en Moscú un millar de escritores que no sólo no lo valoraban sino que cada uno de ellos estaba convencido de su propia importancia.

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«Mi vida», de Antón Chéjov

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novela chéjov

Mi vida, Relato de un hombre de provincias, de Antón Chéjov

[Francisco Rodríguez Criado]

Justo cuando me disponía a escribir estas líneas sobre Mi vida, Relato de un hombre de provincias, de Antón Chéjov (1860–1904), publicado hace poco en Alianza Editorial, leo en la prensa la agradable noticia de que Páginas de Espuma está en proceso de publicar, en varios tomos, todos los cuentos del maestro ruso. Y hablar de todos los cuentos de este gigante de la narrativa breve es hablar, ahí es nada, de seiscientas piezas.

El magisterio de Chéjov como cuentista es indudable (todavía es posible rastrear su ascendencia en numerosos autores de todo el planeta, Carver y los hijos literarios de Carver entre ellos), pero si dejamos a un lado los cuentos, ¿qué nos queda de Chéjov? Quedan sus valiosas obras de teatro (La gaviota, El jardín de los cerezos, El tío Vania) y queda alguna novela, como esta que hoy nos ocupa. Pero si bien Chéjov es, como decimos, destacado autor en los territorios del cuento y del teatro, no ocurre lo mismo con la novela, porque, como recuerda Ricardo san Vicente, autor de la introducción en la edición de Alianza, este género se le daba mal. Esa es la percepción que se tenía (o se tiene), tanto que incluso se le niega la condición de novela a este libro que efectivamente lo es, y que muchos rebajan a relato largo (Se entenderán las cursivas). Ricardo San Vicente, bien documentado, rescata las palabras del editor A. Suvorin tras la muerte de Chéjov:

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