3 historias cortas de Juan José Arreola

 

Volvemos a las historias cortas, en esta ocasión del escritor mexicano Juan José Arreola, uno de los grandes referentes del cuento latinoamericano.

Como es costumbre, publico estas historias cortas de menor a mayor extensión.

 

Diálogo con Borges

La última vez que nos encontramos Jorge Luis Borges y yo, estábamos muertos. Para distraernos, nos pusimos a hablar de la eternidad.

 

Camelidos

El pelo de la llama es de impalpable suavidad, pero sus tenues guedejas están cinceladas por el duro viento de las montañas, donde ella se pasea con arrogancia, levantando el cuello esbelto para que sus ojos se llenen de lejanía, para que su fina nariz absorba todavía más alto la destilación suprema del aire enrarecido.

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Cuestionario literario: Gloria Díez

Gloria Díez

 

Cada libro es una foto-fija. Cada cual sabe por qué se publicó. Yo he seguido escribiendo. Aunque el periodismo se llevara la parte del león. Tras Dominio de la noche e Inocente ceniza, hay otros dos libros esperando su turno. Si fuera el caso, a mí no me importaría tener libros póstumos. Intentaré que no. Pero no me importaría. La pasión del ceramista es el barro, la del escritor la palabra. La escritura basta. 

 

1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?

Empecé a escribir con siete años. Recuerdo mi sorpresa cuando me encontré con esta declaración de Pier Paolo Pasolini:

En cuanto a la poesía, empecé a los siete años/ pero no era precoz sino en la voluntad. He sido un poeta de siete años/ -como Rimbaud- (…)”  (Poeta de las cenizas). Mi primer poema fue con siete años y no recuerdo tener ninguna pretensión. En casa de mis abuelos había un libro de romances castellanos. Aprendí algunos de memoria, incluso antes de saber leer y creo que, al escribir, solo invocaba la música de las palabras. Aún recuerdo un par de versos de ese primer poema. Por suerte, o por desgracia, mis padres lo encontraron, lo comentaron, se rieron… lo normal. Salvo que yo escuchaba. Me mantuve en silencio otros siete años. Y a los catorce volví a escribir. Esos poemas de los catorce años siguen todavía en el cuaderno donde nacieron.

2 ¿Planificas los libros antes de sentarte a escribirlos o surgen sobre la marcha, al hilo de tus pensamientos, sin planificación?

No sé si la poesía puede planificarse. Tal vez haya autores que digan: voy a escribir un poemario sobre el tiempo. O sobre el odio. La poesía es para mí un modo de acercarme al sentido –si es que existe– del mundo. No planifico. Ni siquiera decido. Acepto cuando llega esa especie de conexión inalámbrica. He tratado de escribir sobre eso. Sobre el proceso. Sobre cómo anuncia su presencia. Sobre cómo evoluciona.

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La relación entre Raymond Carver y su editor, Gordon Lish

Raymond Carver, Gordon Lish

«Muchos se preguntan por qué Carver aceptó que su editor, Gordon Lish, le metiera tanta mano a sus textos que los desfiguró por completo. Algunos dicen que Carver se dejó llevar por la corriente y porque su dependencia del alcohol en esos tiempos (años 70) lo tenía secuestrado en una burbuja de indolencia. De este modo, se cree que no le habría otorgado mayor importancia a una corrección que fue inmisericorde. De los diecisiete o diecinueve relatos que le entregó a Lish, este modificó más de la mitad. En algunos solo dejó el 30 % de la escritura original. En otros cambió, totalmente, los desenlaces, echando al tiesto de la basura una escritura potente y llena de significados, además de valiosa por sus propios méritos». E.B.G.

Dime, Gordon: ¿qué les ha hecho a mis palabras? Esta es la pregunta que Raymond Carver, el autor de «De qué hablamos cuando hablamos de amor», debió de hacerle a su editor, Gordon Lish. 

 

Raymond Carver, escritor norteamericano nacido en Clatskanie, Oregón (1938), identificado con lo que se bautizó como el realismo sucio norteamericano, es un personaje controvertido, al margen de su obra y su indiscutible talento para contar historias cotidianas. Se le ubica junto a Julio Cortázar, Anton Chejov nada menos, y a Jorge Luis Borges.

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Cuento de Jorge Luis Borges y Luisa Mercedes Levison: La hermana de Eloísa

 Jorge Luis Borges y Luisa Mercedes Levison:
La hermana de Eloísa, de Jorge Luis Borges y Luisa Mercedes Levison (Ene Editorial, Buenos Aires, 1955)

 

Cuento de Jorge Luis Borges y Luisa Mercedes Levison: La hermana de Eloísa

  I

Habían pasado unos quince años, pero cuando Jiménez me dijo que había tenido que ir a Burzaco para planear la edificación de un chalet por cuenta de un tal Antonio Ferrari, mi primer pensamiento fue para Eloísa Ferrari, cuya imagen de pronto surgió ante mí, inmediata y casi dolorosa. Sólo después pude sorprenderme de que aquel excelente don Antonio, que pasaba la vida en el café proyectando negocios vagos y vanos, hubiera conseguido, al fin, redondear la suma que significa la construcción de la casa propia. El hecho me resultó tan insólito que para no pensar en algo peor, pensé en una herencia. Jiménez, mientras tanto, seguía explicándome que se trataba de un gran chalet y que los Ferrari eran muy exigentes. Por lo pronto, no íbamos a repetir en Burzaco el tipo 14 de bungalow californiano, ni el 5 en piedra de Mar del Plata, que, innumerablemente multiplicados, ya conoce y acaso habita el lector. Jiménez, mi socio, era constructor; la obra exigía un arquitecto. Alcé los ojos al diploma que colgaba en la pared, enmarcado en ébano; ese papel con su sello azul y su letra caligráfica me serviría para ver de nuevo a Eloísa, al cabo de los años.

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Borges o la aventura de escribir a cuatro manos

Borges o la aventura de escribir a cuatro manos

Por Ernesto Bustos Garrido

Jorge Luis Borges escribía a cuatro manos con su amigo Adolfo Bioy Casares. De ese tándem salieron las célebres aventuras y desventuras de un tal Isidro Parodi, un señor que, por cosas de la vida, cae preso, pero desde su encierro tras las rejas se las ingenia para resolver los más oscuros y enredados casos policiales. Los relatos fueron escritos, a dúo, entre Bioy Casares y Borges (en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo) pero para no dar la cara ya que ambos consideraban que esto sería una humorada, inventaron a un narrador-escritor: H. Bustos Domecq.

De esta sociedad salieron Seis problemas para don Isidro Parodi (Dos fantasías memorables) o Crónicas de Bustos Domecq, y Nuevos cuentos de Bustos Domecq.

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