
Cada libro es una foto-fija. Cada cual sabe por qué se publicó. Yo he seguido escribiendo. Aunque el periodismo se llevara la parte del león. Tras Dominio de la noche e Inocente ceniza, hay otros dos libros esperando su turno. Si fuera el caso, a mí no me importaría tener libros póstumos. Intentaré que no. Pero no me importaría. La pasión del ceramista es el barro, la del escritor la palabra. La escritura basta.
1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?
Empecé a escribir con siete años. Recuerdo mi sorpresa cuando me encontré con esta declaración de Pier Paolo Pasolini:
En cuanto a la poesía, empecé a los siete años/ pero no era precoz sino en la voluntad. He sido un poeta de siete años/ -como Rimbaud- (…)” (Poeta de las cenizas). Mi primer poema fue con siete años y no recuerdo tener ninguna pretensión. En casa de mis abuelos había un libro de romances castellanos. Aprendí algunos de memoria, incluso antes de saber leer y creo que, al escribir, solo invocaba la música de las palabras. Aún recuerdo un par de versos de ese primer poema. Por suerte, o por desgracia, mis padres lo encontraron, lo comentaron, se rieron… lo normal. Salvo que yo escuchaba. Me mantuve en silencio otros siete años. Y a los catorce volví a escribir. Esos poemas de los catorce años siguen todavía en el cuaderno donde nacieron.
2 ¿Planificas los libros antes de sentarte a escribirlos o surgen sobre la marcha, al hilo de tus pensamientos, sin planificación?
No sé si la poesía puede planificarse. Tal vez haya autores que digan: voy a escribir un poemario sobre el tiempo. O sobre el odio. La poesía es para mí un modo de acercarme al sentido –si es que existe– del mundo. No planifico. Ni siquiera decido. Acepto cuando llega esa especie de conexión inalámbrica. He tratado de escribir sobre eso. Sobre el proceso. Sobre cómo anuncia su presencia. Sobre cómo evoluciona.
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