El síndrome de Diógenes (Planeta, 2020), que recorre las diversas etapas de la vida de nuestro antihéroe (en realidad, se trata de la misma etapa, cada vez más contaminada), es en esencia la historia, la visión de la sociedad, la resistencia de un solitario, o de un individualista si se prefiere, a quien el mundo le queda holgado, como esos pantalones con un par de tallas de más que no podemos ponernos sin temor a que se nos caigan a los pies.
1. ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?
Comencé a escribir poemas muy
pronto, en la adolescencia, pero hasta que no cumplí 37 años, con la asistencia
al taller de Leo, un cubano exiliado en Cáceres, no empecé a escribir mis primeros cuentos.
Las únicas pretensiones de entonces eran disfrutar con los retos que Leo iba
proponiéndonos cada semana.
2. ¿Planificas los
libros antes de sentarte a escribirlos o surgen sobre la marcha, al hilo de tus
pensamientos, sin planificación?
Depende de si escribo mi diario o si afronto relatos de
ficción. En estos últimos procuro poner un poco más de cuidado con la
estructura y la construcción de las frases.
Pero no es JRS un vendedor de paraguas; ni siquiera escribe sobre ellos, por más que yo coquetee con la idea de que Perder el tiempo es el mejor libro sobre paraguas jamás escrito. No es el paraguas lo que está desvencijado sino el ser humano; no es el viento quien nos vapulea sino los avatares del día a día; no es la lluvia un simple fenómeno atmosférico sino los fantasmas que nos acechan.
«Creo que [la autoedición] a veces es injustamente denostada, y que es una muy digna salida para quien escribe, siente la necesidad de ver publicada su obra y no acaba de encontrar una editorial interesada, o que no está dispuesto –que también conozco algún caso– a esperar el tiempo que el ritmo de las editoriales en ocasiones te impone. Lo que no me gusta es que en ese ámbito hay mucho camelo. No me gusta que vendan al escritor –a menudo, gente que publica por primera vez y no sabe demasiado del asunto– el oro y el moro, cuando el oro y el moro está más que vendido, ni me gusta, como sucede a veces, que cobren un dineral sin molestarse muchas veces siquiera en corregir, no ya cuestiones de estilo, sino faltas de ortografía, porque eso es engañar al personal…»
1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?
Desde niño me recuerdo queriendo ser escritor –algo que, por otra parte, tampoco estoy muy seguro de haber logrado ser aún–. Sin embargo, durante muchos años escribí de forma esporádica, sin continuidad, supongo que por falta de confianza y porque andaba a otras cosas. Lo que no dejé de ser nunca fue un lector empedernido, que es una forma extraordinaria de prepararse para escribir. Luego, ya con veintiuno o veintidós años, tuve la suerte de ganar un concurso de relatos modesto pero que sirvió para animarme a seguir escribiendo, y muy poco después se abrió el taller literario de la Universidad Popular de Plasencia, que impartía –e imparte– Gonzalo Hidalgo Bayal, que me dio mucha seguridad y fue, en buena medida, el principio de todo.
En cuanto a las pretensiones, cuando era niño, y quizá también cuando empecé a escribir siendo ya adulto (o un poco adulto), quizá pensaba en la escritura como un posible modo de ganarme la vida, pero luego, con el tiempo y la experiencia, uno se acaba conformando con hacer de ella, simplemente, sin intenciones económicas, un modo de vida.
Cicerone, de Juan Ramón Santos (De la Luna Libros, 2014)
Entrevista a Juan Ramón Santos
Por Victoria Mera
El escritor placentino Juan Ramón Santos (1975), autor de los libros de relatos Cortometraje, El círculo de Viena, Cuaderno escolar y Palabras menores acaba de publicar con la editorial De la luna libros su primer poemario titulado Cicerone. Charlamos con él sobre su reciente publicación.
Victoria Mera: Vienes de una larga trayectoria en el ámbito de la prosa y en mi opinión eso se refleja en este poemario tan narrativo. ¿Cómo ha sido el salto a la poesía? Y otra pregunta casi obligada, ¿te sientes más cómodo en la prosa o en el verso?
Juan Ramón Santos: Teniendo en cuenta que he escrito microrrelato y que mis poemas son, desde luego, muy narrativos (Cicerone es casi un proyecto narrativo en verso, ahora que no nos oye nadie), el salto muy grande no ha sido, la verdad. Comencé a escribir en verso al descubrir que la contención, y supongo que también el ritmo, que la poesía exige le venían bien a ciertos temas que en prosa no acababan de funcionar. Comencé por una serie de poemas en torno al nacimiento y los primeros años de vida de mi hija que escribí poco a poco, durante años, hasta formar un libro (con el que aproveché, además, para hacer experimentos métricos), y luego surgió, mucho más deprisa, este Cicerone que, curiosamente, ha acabado por ver la luz primero.
En cuanto a la comodidad, me siento mucho más cómodo en prosa, desde luego, aunque sólo sea por una cuestión de práctica, porque llevo muchos más años escribiendo en prosa…