«Creo que [la autoedición] a veces es injustamente denostada, y que es una muy digna salida para quien escribe, siente la necesidad de ver publicada su obra y no acaba de encontrar una editorial interesada, o que no está dispuesto –que también conozco algún caso– a esperar el tiempo que el ritmo de las editoriales en ocasiones te impone. Lo que no me gusta es que en ese ámbito hay mucho camelo. No me gusta que vendan al escritor –a menudo, gente que publica por primera vez y no sabe demasiado del asunto– el oro y el moro, cuando el oro y el moro está más que vendido, ni me gusta, como sucede a veces, que cobren un dineral sin molestarse muchas veces siquiera en corregir, no ya cuestiones de estilo, sino faltas de ortografía, porque eso es engañar al personal…»
1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?
Desde niño me recuerdo queriendo ser escritor –algo que, por otra parte, tampoco estoy muy seguro de haber logrado ser aún–. Sin embargo, durante muchos años escribí de forma esporádica, sin continuidad, supongo que por falta de confianza y porque andaba a otras cosas. Lo que no dejé de ser nunca fue un lector empedernido, que es una forma extraordinaria de prepararse para escribir. Luego, ya con veintiuno o veintidós años, tuve la suerte de ganar un concurso de relatos modesto pero que sirvió para animarme a seguir escribiendo, y muy poco después se abrió el taller literario de la Universidad Popular de Plasencia, que impartía –e imparte– Gonzalo Hidalgo Bayal, que me dio mucha seguridad y fue, en buena medida, el principio de todo.
En cuanto a las pretensiones, cuando era niño, y quizá también cuando empecé a escribir siendo ya adulto (o un poco adulto), quizá pensaba en la escritura como un posible modo de ganarme la vida, pero luego, con el tiempo y la experiencia, uno se acaba conformando con hacer de ella, simplemente, sin intenciones económicas, un modo de vida.
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