Cuestionario literario: Juan Ramón Santos

 

 

«Creo que [la autoedición] a veces es injustamente denostada, y que es una muy digna salida para quien escribe, siente la necesidad de ver publicada su obra y no acaba de encontrar una editorial interesada, o que no está dispuesto –que también conozco algún caso– a esperar el tiempo que el ritmo de las editoriales en ocasiones te impone. Lo que no me gusta es que en ese ámbito hay mucho camelo. No me gusta que vendan al escritor –a menudo, gente que publica por primera vez y no sabe demasiado del asunto– el oro y el moro, cuando el oro y el moro está más que vendido, ni me gusta, como sucede a veces, que cobren un dineral sin molestarse muchas veces siquiera en corregir, no ya cuestiones de estilo, sino faltas de ortografía, porque eso es engañar al personal…»

 1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?

Desde niño me recuerdo queriendo ser escritor –algo que, por otra parte, tampoco estoy muy seguro de haber logrado ser aún–. Sin embargo, durante muchos años escribí de forma esporádica, sin continuidad, supongo que por falta de confianza y porque andaba a otras cosas. Lo que no dejé de ser nunca fue un lector empedernido, que es una forma extraordinaria de prepararse para escribir. Luego, ya con veintiuno o veintidós años, tuve la suerte de ganar un concurso de relatos modesto pero que sirvió para animarme a seguir escribiendo, y muy poco después se abrió el taller literario de la Universidad Popular de Plasencia, que impartía –e imparte– Gonzalo Hidalgo Bayal, que me dio mucha seguridad y fue, en buena medida, el principio de todo.

En cuanto a las pretensiones, cuando era niño, y quizá también cuando empecé a escribir siendo ya adulto (o un poco adulto), quizá pensaba en la escritura como un posible modo de ganarme la vida, pero luego, con el tiempo y la experiencia, uno se acaba conformando con hacer de ella, simplemente, sin intenciones económicas, un modo de vida.

2 ¿Planificas los libros antes de sentarte a escribirlos o surgen sobre la marcha, al hilo de tus pensamientos, sin planificación?

Yo sería un escritor más de mapa que de brújula, al que le gusta tener las cosas claras antes de sentarse a escribir, pero tampoco me atrae planificarlo todo, porque creo que una de las cosas más interesantes de este asunto de escribir son los descubrimientos a los que te lleva el propio proceso de escritura, el juego directo con las palabras, cómo el desarrollo de lo que, más o menos, tenías planeado te acaba llevando por otros derroteros, a menudo más interesantes de los que en principio habías imaginado. Me gusta planificar, sí, pero no en exceso. De hecho, cuando he tenido algo, sobre todo alguna novela, demasiado pensado, me da pereza sentarme a escribir, porque tengo la sensación de que ya no voy a descubrir nada, y de que no merece la pena ponerme a trabajar, porque ya sé dónde conduce.

3 ¿Cuál es tu género preferido como escritor y cuál como lector?

Soy fundamentalmente lector de narrativa, sobre todo de novela, aunque trato de intercalar al medio, para no saturarme, poesía, ensayo, relatos y libros de divulgación. Luego, como escritor, soy más bien promiscuo. Hasta la fecha he escrito microrrelato, relato, novela y poesía, y aunque me atrae de forma especial la novela, no me atrevo a decir que sea mi género favorito, porque creo que cada uno tiene su atractivo, e igual me seduce esa larga carrera de fondo que supone una novela, disfruto mucho planificando y escribiendo libros de relatos –ahora mismo estoy enfrascado en uno, que se titulará, en principio Perder el tiempo, y estoy pasándolo muy bien– y me fascina el ejercicio de intensidad y de mesura que exige poner en pie un poema. Aunque pueda parecer, quizá, poco serio, voy escribiendo, en cada ocasión, un poco lo que me pide el cuerpo. Además, cambiar de tercio es interesante, porque a menudo se establecen, entre unos libros y otros, entre unos géneros y otros, diálogos o revelaciones inesperadas y muy enriquecedoras.

4 ¿Escribes pensando en un lector específico o crees que cualquier persona es un lector en potencia de tu obra?

No suelo pensar, la verdad, en ningún tipo de lector cuando escribo. Suelo pensar, como mucho, en mí, en las cosas que, como lector, me gustan y, en todo caso, en una suerte de lector abstracto, en una especie de dummy, un muñeco de pruebas sin rostro en el que pienso al plantearme el efecto que pueden tener en él ciertas cosas que escribo, pero nada más.

5 ¿Te costó mucho encontrar editor para tu primer libro?

La verdad es que tuve suerte con mi primer libro, porque encontré editor casi sin buscarlo. En esa época yo estaba más preocupado por enviar relatos o libros de relatos a concursos, para probar suerte, que por buscar editor -algo que ni me había planteado-, pero un día Gonzalo Hidalgo me animó y enviamos uno de esos mamotretos que yo hacía -porque aglutinaban cuentos, creo yo, sin demasiado criterio, buscando más que otra cosa, de forma muy torpe, alcanzar el número mínimo de páginas que exigía el concurso- a la Editora Regional de Extremadura que –esta sí con criterio– decidió publicar sólo una parte, un conjunto de relatos y microrrelatos que formaba parte del conjunto y que yo había titulado “Cortometrajes”.

6 ¿Qué opinas de los muchos premios literarios que se convocan hoy día?

No puedo hablar mal de los concursos literarios desde el momento en que uno de ellos, hace ya unos cuantos años, me dio el impulso necesario para lanzarme a escribir, y en ese sentido les estoy agradecido. Creo que hay infinidad de premios modestos, y no tan modestos, que están cumpliendo con mucha gente esa función, la de animarles a la escritura, que está muy bien. Luego, en el otro extremo, están los premios grandes, que tienen, si no todos, la mayoría, una finalidad comercial, pues son convocados por editoriales que, al fin y al cabo, viven de vender libros, y desde ese punto de vista también están bien.

Luego estaría el problema de si, realmente, los unos y los otros, son literarios. Uno puede acabar cayendo en la trampa de creer que la Literatura, con mayúsculas, está en los premios modestos y que los grandes son pura mercadotecnia, pero yo creo que ni una cosa ni la otra. Pienso que la Literatura es algo que nace y crece al margen de los premios, aunque sin duda se alimenta, y se aprovecha, también, de todo este tinglado, que muchas veces, la verdad, parece excesivo.

7 ¿Vivir de la literatura es una utopía?

No es una utopía por la sencilla razón de que sí que hay gente que vive de la literatura, de sus libros, de colaboraciones periodísticas, conferencias y demás, pero es, desde luego, muy, muy difícil, con lo que la mayor parte de los que escribimos somos, al final, lo que –utilizando una expresión que le escuché hace poco a Marta Sanz y me gustó– escritores domingueros, gente que, en realidad, se gana la vida en otra cosa y que aprovecha domingos y fiestas de guardar, pero también vacaciones y muchas horas que debería haber dedicado al sueño, para escribir, un ejercicio que, de alguna forma, en un sentido no económico, se convierte en su razón de ser, en su particular forma de vivir, y en ese sentido sí que hay mucha gente que vive gracias a la literatura.

8 ¿Qué diferencias encuentras entre el mundo editorial de tus inicios como escritor y el actual?

Mi primer libro es de 2004, con lo que estamos hablando, sólo, de doce años. En este tiempo quizá lo más destacable ha sido la multiplicación y el afianzamiento de toda una constelación de editoriales pequeñas, alternativas –en Plasencia, a finales de febrero, se celebra “Centrifugados”, una muestra muy interesante de esto de lo que estoy hablando–, independientes de los grandes grupos editoriales, a menudo muy especializadas –en relato, en poesía, en el libro ilustrado, en descubrir nuevos talentos, en operaciones rescate de clásicos olvidados–, y que por lo general tratan de hacer bien las cosas, mimando mucho la edición, cuidando mucho el libro. Es un fenómeno interesante, que coincide, además, con el surgimiento de multitud de pequeñas librerías con carácter, amantes del libro, que saben lo que venden –no es por ponerme pesado con mi pueblo, pero en Plasencia tenemos un ejemplo excepcional, “La Puerta de Tannhäuser”–, y que yo comparo a veces –aunque no sé si de forma muy afortunada– con el mercado de la cerveza, pues también, de un tiempo a esta parte, después de un largo proceso de desaparición de marcas más o menos tradicionales, que poco a poco habían ido siendo absorbidas por multinacionales, han comenzado a surgir multitud de pequeños fabricantes, muchos ellos de cerveza artesanal, o ecológica, que se van ganando el gusto y el favor del público. Me parecen fenómenos muy interesantes. Parece como si hubiera, por parte del público lector, y de los bebedores de cerveza, una cierta reacción contra lo uniforme, y un cierto gusto por probar otros sabores. Volviendo a la literatura, supongo que esta multiplicación de editoriales –que debe de tener que ver, también, con el abaratamiento de los procesos de edición e impresión– hace también que sea más fácil publicar, aunque el problema fundamental sigue siendo el de la distribución, en la que los grupos editoriales tienen aún muchísimo peso.

9 ¿En qué medida crees que pueden ayudar las redes sociales a difundir la obra de un escritor?

Supongo que las redes sociales pueden paliar, en parte, el problema que justo ahora mencionaba, el de la distribución, pero requieren un montón de trabajo, un montón de horas de dedicación, la mayor parte de las veces del propio escritor, y no sé yo hasta qué punto es eficaz y merece la pena, porque son tan descomunales y habla en ellas tantísima gente a la vez que me parece complicado hacerse oír.

10 ¿Qué opinas del libro digital?

No lo utilizo, pero creo que está muy bien y que es, nos guste más o menos, el futuro. Estoy convencido de que a medio plazo –sobre todo, cuando bajen los precios, porque hoy por hoy el precio del libro digital me parece excesivo– se impondrá en la lectura de entretenimiento, libro técnico, escolar, etc., etc., y me parece que ofrece también unas posibilidades magníficas para conseguir libros antiguos, raros o poco demandados, que, por sus escasas posibilidades de comercialización es difícil que ninguna editorial rescate, por el coste que supone, en formato papel. Sin embargo, muy ligado a esa explosión de pequeñas editoriales y librerías a la que antes hacía referencia, se está viviendo un proceso de revalorización del libro como objeto, casi como objeto de culto –algo parecido a lo que, en música, sucede con el vinilo–, que va a garantizar, al menos durante algún tiempo, la persistencia del libro en papel, que supongo que convivirá –y espero que muchos años– con su pariente digital.

11 ¿Qué opinas de la autoedición?

Pues creo que a veces es injustamente denostada, y que es una muy digna salida para quien escribe, siente la necesidad de ver publicada su obra y no acaba de encontrar una editorial interesada, o que no está dispuesto –que también conozco algún caso– a esperar el tiempo que el ritmo de las editoriales en ocasiones te impone. Lo que no me gusta es que en ese ámbito hay mucho camelo. No me gusta que vendan al escritor –a menudo, gente que publica por primera vez y no sabe demasiado del asunto– el oro y el moro, cuando el oro y el moro está más que vendido, ni me gusta, como sucede a veces, que cobren un dineral sin molestarse muchas veces siquiera en corregir, no ya cuestiones de estilo, sino faltas de ortografía, porque eso es engañar al personal…

12 ¿Consideras positivos los talleres de escritura creativa o piensas que no se puede enseñar a escribir?

Yo, en cierta medida, salí, como dije antes, de un taller de escritura. El nuestro era muy particular, porque formaba parte de una red de talleres impulsada, al final, por la Administración, y al ser gratuito, era muy abierto y  aglutinaba desde alumnos que ya habían escrito mucho y que querían, básicamente, información sobre cómo publicar, hasta gente que ni se planteaba de lejos escribir y que iba al taller como si fuera un club de lectura, pasando, por supuesto, por los que sí sentíamos el gusanillo de escribir y queríamos aprender cómo hacerlo. Esa circunstancia hacía que el taller no pudiera ser muy especializado, pues había que tratar de dar gusto a todo el mundo. Ese posible déficit lo compensaba de sobra la presencia, como tutor, de Gonzalo Hidalgo Bayal, del que aprendimos muchísimo, pero no estoy yo muy seguro si se trataba del tipo de cosas que se aprenden en los talleres al uso. Cuento todo esto porque, en realidad, no conozco bien la dinámica de este tipo de talleres, y no puedo opinar mucho al respecto. Aun así, estoy convencido de que se puede enseñar a escribir, que se pueden enseñar técnicas, trucos, procedimientos que uno puede emplear para escribir bien, o mejor. Otra cosa es que con eso uno pueda convertirse en escritor. Habrá gente que sí y habrá gente que no, porque hay una parte de talento, quizá innata, que no se puede aprender. Es un poco lo que sucede como las academias de baile: todo el mundo puede aprender los pasos, pero no todo el mundo tiene arte y, al salir, unos podrán llegar a ser profesionales, otros, lucirse cuando haya baile en su ciudad o en su pueblo, y otros, por mucho que sigan los pasos que han concienzudamente asimilado, seguirán pareciendo Robocop.

13 Con el paso de los años algunos escritores acaban eliminando ciertos títulos de su semblanza. Aunque no precisamos conocer el nombre, ¿hay algún libro de los tuyos que te satisficiera en tus inicios, pero que ahora preferirías no haber escrito?

No me arrepiento de nada que he publicado. No sé qué sucederá dentro de unos años, pero hoy por hoy no me arrepiento de nada. Me da rabia, en algunos casos, no haberlo hecho mejor, y hay cosas de mis primeros libros que me ya no gustan demasiado, pero hay otras muchas que me siguen sorprendiendo y que me dejan muy buen sabor de boca cuando, muy de tarde en tarde, me da por hojear alguno. Luego están los libros que se han quedado en el cajón y que uno prefiere no abrir siquiera, porque te fastidia haber empleado en ellos tanto tiempo para nada, pero tampoco de esos me arrepiento, porque también con ellos –quizá con ellos más que con ningún otro– aprendí un montón.

 Juan Ramón Santos, La Isla de Siltolá

14 Para ese lector que aún no ha leído nada tuyo, por favor, recomiéndanos uno de tus libros. Cuéntanos brevemente cómo fue el proceso de creación y por qué has elegido ese título y no otro con vistas a nuevos lectores de tu obra.

Yo le recomendaría mi última novela, El tesoro de la isla, que cuenta el despertar a la vida, y a la lectura, de un chaval de doce o trece años en una ciudad de interior, como la mía, en los años ochenta. Lo comencé a escribir pensando en el público joven, como un homenaje a los libros de aventuras que formaban parte del canon de literatura juvenil de nuestra época, sobre todo a La isla del Tesoro de Stevenson, y como invitación a la lectura, pero el resultado, que aglutina muchos otros elementos, es apto para todos los públicos, para el lector de entretenimiento y para el público más exigente, que creo que puede encontrar en él motivos suficientes para leer alguno de mis otros libros que son, por lo general, más complicados.

15 Recomiéndanos, por favor, dos libros cuya lectura te haya impactado. Uno de un autor clásico y otro de un autor contemporáneo. (Da igual el género).

Qué difícil es recomendar libros, y qué difícil es, sobre todo, limitarse sólo a dos, así que, sintiéndolo mucho, me voy a saltar la restricción y voy a recomendar algunos más. Respecto a los contemporáneos, creo que mis paisanos y amigos Gonzalo Hidalgo Bayal y Álvaro Valverde merecen ser leídos, y que tanto Nemo como Más allá, Tánger son dos libros magníficos que vale la pena leer.

Respecto a los clásicos, eso sí que es complicado. El tesoro de la isla, que acabo de mencionar, contiene un canon amplio de libros básicos del que podría hacer ahora mismo un corta y pega, y aun así estoy convencido de que me quedarían corto. De los que aparecen ahí voy a mencionar dos: La isla del tesoro y Moby Dick, uno de los libros que más lecturas diferentes admite.

Muchas gracias. Te deseamos mucha suerte en todos tus proyectos literarios.

Cuento corto de Juan Ramón Santos: Biblioteca


Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) es autor de las novela Biblia apócrifa de Aracia (Libros del Oeste, 2010) y El tesoro de la isla (De la luna libros, 2015), de cuatro colecciones de relatos –Cortometrajes (Editora Regional de Extremadura, 2004), El círculo de Viena (Llibros del Pexe, 2005), Cuaderno escolar (Editora Regional de Extremadura, 2009) y Palabras menores (De la luna libros, 2011) y de los libros de poemas, Cicerone (De la luna libros, 2014) y Aire de familia (La isla de Siltolá, 2016). Además, ha colaborado en diversas antologías y libros colectivos, entre ellos Relatos relámpago (Editora Regional de Extremadura, 2007) y Por favor, sea breve 2 (Páginas de espuma, 2009). Con los libros de relatos Cortometrajes y Cuaderno escolar resulté finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España, en sus ediciones de 2005 y 2009. (Blog) (Facebook)

Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo y trabaja como redactor de contenidos para publicaciones de diversa temática. Su blog Narrativa Breve es uno de los espacios literarios más leídos en lengua castellana. El diario Down, testimonio literario sobre la paternidad y el síndrome de Down, es su último libro. (Web) (Facebook).



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