«De entrada, [la autoedición] no la recomiendo, pero comprendo que se recurra a ella. Prefiero el camino tradicional, por arduo que resulte. Pero Felipe Núñez, por ejemplo, se autoeditó cuando empezaba y no por eso deja de ser, a mis ojos, un poeta más que considerable. No es un asunto de prestigio o desprestigio. No siempre es fácil ser objetivo ante una obra propia. Por eso el editor… Además, me da que algunos, que no merecen tal nombre, se aprovechan de autores que no han tenido suerte, o no la han buscado, con los editores al uso. Es lo peor. Pero a eso no lo llamaría autoedición».
1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?
Como todos, supongo. En la adolescencia, aquejado de los turbios males de esa edad y con la intención de intentar entender lo que pasaba y encontrar, de paso, algo de consuelo.
2 ¿Planificas los libros antes de sentarte a escribirlos o surgen sobre la marcha, al hilo de tus pensamientos, sin planificación?
No, en poesía (y uno ha escrito sobre todo poemas), planificar resulta imposible. A mí, quiero decir. Cada poema surge (o surgía, cada vez se le aparecen a uno menos) de su propio misterio. Luego uno intenta fijar en palabras ese estado de asombro o de perplejidad. Según llega. Más tarde, reunidos unos cuantos poemas, das forma definitiva al libro. O algo así.