
Harold Bloom, a punto de publicar dos libros pese a su mala salud (recibe diálisis), ha afirmado en una entrevista que leo en El País que “en la literatura actual no hay nada radicalmente nuevo”. Difícilmente se podrían poner en duda los conocimientos de este coloso de la crítica, aunque deduzco tras leer dicha entrevista, en la que se queja de la falta de talento de los escritores actuales, que su visión de la literatura moderna viene trastocada por el filtro del hastío y de un romanticismo añejo que le lleva a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Bloom solo tiene palabras de elogio para autores pretéritos: Franz Kafka, Paul Valéry, Giuseppe Ungaretti, Luis Cernuda, Marcel Proust, James Joyce, Samuel Beckett, Nicanor Parra, Octavio Paz o Borges (de quien dice que no era un creador). La conclusión a tenor de sus lamentos es que la buena literatura solo la hacen los muertos.
No es este un nuevo paradigma en el mundo de las Letras. Para ciertos lectores –avezados, incluso– no se pueden escribir grandes obras cuando a uno aún le late el corazón. Para ser un galáctico en la literatura, al contrario que en el deporte, es imperativo moverse con bastón o en sillas de ruedas, o mejor aún, lo ideal es yacer bajo tierra y no moverse en absoluto. Entiendo que para Bloom la buena literatura es como las cenizas del ser querido que esparcimos en el mar: no hay nada que hacer si no contamos previamente con el cadáver.
El gran crítico norteamericano se queja de que no hay nada nuevo bajo el sol, pero su visión tampoco es demasiado novedosa: despreciar a los escritores del momento es más viejo que mear de pie.
[amazon_link asins=’8433966847,8433961667,8433972855,8483930196′ template=’ProductGrid’ store=’grandeslibros-21′ marketplace=’ES’ link_id=’104ec9f4-0b78-11e8-8359-efa1a795557d’]
