«La promoción de mis obras la hago a través de los canales de las editoriales, soy paradójicamente celoso de mi intimidad, no me importa airear mis pensamientos, reflexiones, sentimientos o recuerdos, pero no me interesa lo más mínimo que se sepa dónde estoy, qué llevo puesto o qué almuerzo. Me temo que con la divagación no he respondido a la pregunta, indudablemente ayudan y si se utilizan con cabeza pueden ser un modo de difundir exponencialmente una obra y sin un coste económico gravoso. El peligro, a mi modo de ver, es cuando el autor interesa más que la obra en sí. Ahí entraríamos en el debate sobre el volumen de ventas y la calidad o las motivaciones que al comprador (que no tiene por qué ser necesariamente lector) mueven». F.A.
1 ¿Cuándo comenzaste a escribir y con qué pretensiones?
En plena infancia. Me recuerdo con un cuaderno y una libreta que no conservo, escribiendo algo que podría llamar cuentos, narraciones, historias… Incluso las ilustraba y eso que no he tenido jamás la más mínima habilidad plástica. Ya en la adolescencia surge una llamada más fuerte, más clara, que tiene un recorrido meandrinoso, y que responde a dos impulsos, el de intentar plasmar con mis propias palabras lo que leía y el experimental, con enormes descartes, pruebas, fallos y reintentos. No me atrevería a decir que existiera pretensión, sino una pulsión, una necesidad vital de lanzar fuera cuanto tenía dentro y que se imbrica con mi condición de adolescente letraherido, continuación del niño que creció rodeado de bibliotecas familiares y grandes lectores. Sin duda, y con la distancia, afirmaría que no fue un acto consciente, sino un desarrollo lógico de los primeros años de mi vida en los que se fraguó esa soledad voluntariosa por procuración tan necesaria que nunca me ha abandonado.
2 ¿Planificas los libros antes de sentarte a escribirlos o surgen sobre la marcha, al hilo de tus pensamientos, sin planificación?
Depende del género al que me enfrente, en el ensayo científico es absolutamente necesario, soy, quizá, excesivamente rígido con el método historiográfico y el rigor académico, cosa comprensible por otra parte en quienes nos dedicamos a estas disciplinas. El teatro tardo meses en pensarlo, en crear personajes y situaciones, sin embargo lo escribo de un tirón cuando está maduro, lo dejo reposar y después reescribo y corrijo. Con la poca narrativa que he escrito me sucede algo parecido. La poesía es muy distinta, los poemas surgen en un momento dado por necesidad y después se agrupan, tras un proceso de descarte. La poesía es el género que más pudor me produce, tal vez por ello mis poemarios duerman años antes de tener la osadía de publicarlos.