Cuento escondido de Ian McEwan: Geometría de sólidos

Escritor Ian McEwan

El prestigioso escritor escocés Ian McEwan nació en 1948. Empezó a conocer la admiración a temprana edad, algo así como a los 26 o 27 años. De esos años es el libro que hoy nos preocupa: Primer amor, últimos ritos (1975). Son ocho relatos estremecedores, por la temática y por el tratamiento. Son historias de toda edad y de infancia, de una infancia desgarrada por la vileza del ser humano. Muchos de los personajes son adultos devastados por el medio y el consumismo, o son niños a punto de perder la inocencia. El lenguaje de McEwan es crudo y directo. Por eso algunos de sus trabajos posteriores fueron censurados por la BBC. En este conjunto de historias hay violación, incesto, traición. La escritura de todos ellos es como el agua turbia de un río de montaña que fluye hacia abajo a saltos, entre las piedras y rocas, y emitiendo sonidos de dolor entre desniveles y muchos obstáculos.

El siguiente relato oculto forma parte del cuento “Geometría de sólidos”. Es una extraña historia con dos argumentos disímiles. Un adolescente que lee obsesivamente los diarios de vida de su bisabuelo y una pareja –un matrimonio– disfuncional en medio de una sociedad que poco habla y que tiende a la autodestrucción.

Ernesto Bustos Garrido

 

Ian McEwan, Anagrama

Cuento oculto de Ian McEwan: Geometría de sólidos

Una noche estaba sentado en el cuarto de baño, describiendo una conversación que había tenido con Maisie sobre las cartas del Tarot, cuando súbitamente la sentí al otro lado de la puerta, aporreándola y sacudiendo la manija.

–Abre la puerta –gritó–. Quiero entrar.

–Tendrás que esperar unos minutos –le respondí–. Ya casi he terminado.

–Déjame entrar –gritó–. No estás usando el retrete.

–Espera –repuse, y escribí una o dos líneas más. Maisie ya había empezado a pegarle patadas a la puerta.

–Me ha llegado el período y necesito coger una cosa. –Haciendo caso omiso de sus alaridos, completé la obra, que parecía especialmente importante. Si lo dejaba para más tarde se perderían algunos detalles. No se oía a Maisie y supuse que estaba en el dormitorio, pero al abrir la puerta me la encontré cerrándome el camino con un zapato en la mano. Me golpeó con el tacón en la cabeza, tan rápidamente que solo tuve tiempo de apartarme un poco hacia el lado. El tacón me cazó en la parte superior de la oreja y me hizo un profundo corte.

–Ahí tienes –dijo Maisie y, evitando chocar conmigo, se metió en el cuarto de baño–. Así sangramos los dos –y cerró de un portazo. Recogí el zapato y me aposté paciente y silenciosamente a la salida del cuarto de baño, apretándome un pañuelo contra la oreja, que seguía sangrando. Maisie estuvo unos diez minutos en el cuarto de baño, y cuando salió la cacé limpia y certeramente en mitad de la cabeza. No le di tiempo a moverse. Se quedó perfectamente inmóvil un instante, mirándome fijamente a los ojos.

–Gusano –musitó y se encaminó a la cocina para frotarse la cabeza sin que yo la viera.

Ayer, durante la cena, Maisie sostuvo que un hombre encerrado en una celda con unas cartas del Tarot tendría acceso a todo conocimiento. Aquella tarde había estado leyendo las cartas, que seguían esparcidas por el suelo.

–¿Podrías conocer la disposición de las calles de Valparaíso con las cartas? –pregunté.

–No seas idiota –respondió.

–¿Podrías decirme la mejor forma de montar una lavandería, la mejor forma de hacer una tortilla o un riñón artificial?

–Tienes una mente tan estrecha –se quejó–. Eres tan limitado, tan predecible…

–¿Podrías decirme –insistí–, quién es M, o por qué…?

–Son cosas que no importan, chilló–. No son necesarias.

–No dejan de ser conocimientos. ¿Serías capaz de averiguarlo?

Vaciló.

–Sí que sería capaz.

Sonreí y callé.

–¿De qué te ríes? –dijo. Me encogí de hombros y empezó a enfadarse. Quería que la refutase–. ¿Por qué haces todas esas preguntas sin sentido?

Una vez más me encogí de hombros.

–Solo quería saber si de verdad hablabas de todo.

Maisie pegó un puñetazo en la mesa y gritó:

–¡Maldita sea! ¡Por qué tienes que estar siempre poniéndome a prueba? ¿Es que no puedes decir algo real alguna vez? –Entonces ambos nos dimos cuenta de que habíamos llegado al punto donde siempre terminaban nuestras discusiones y volvimos a un amargo silencio.

*** Extractado de Primer amor, últimos ritos, de Ian McEwan. Compactos de Anagrama, 1980. Barcelona.

Cuentos europeos


Ernesto Bustos GarridoErnesto Bustos Garrido (Santiago de Chile), periodista, se formó en la Universidad de Chile. Al egreso fue profesor en esa casa de estudios, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, televisión y radio, funda-mentalmente en La Tercera de la Hora como jefe de Crónica y editor jefe de Deportes. Fue director de los diarios El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco. En los sesenta y setenta fue Secretario de Prensa de la Presidencia de Eduardo Frei Montalva, asesor de comunicaciones de la Rectoría de la U. de Chile, y gerente de Relaciones Públicas de Ferrocarriles del Estado. En los ochenta fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar. Desde fines de los noventa intenta transformarse en escritor.


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