Cuento corto escondido de Frederick Forsyth

Este episodio corresponde a un desalojo en un barrio pobre de la ciudad irlandesa de Dublín. El ayuntamiento sacó de allí a cientos de moradores que vivían en casas viejas, a punto de derrumbarse al menor viento. En ese sitio se construirá un gran centro comercial. (El hecho parece una historia conocida en muchas grandes capitales). Pues bien, la tarea de los obreros y las retroexcavadoras está concluida, sólo que uno de los moradores se resiste a abandonar su casita. Hubo tratativas y empeños por convencerlo de salir del lugar, e irse a una vivienda alternativa, en un barrio de blocks de departamentos, todos iguales y nuevos, impersonales y fríos. El dueño de la casita –un ex soldado del ejército británico– se empecina en permanecer allí, y entonces se da la orden de sacarlo, a como dé lugar. La casa debe ser demolida, ahora, ya. Entretanto, en la calle se agolpan cientos de curiosos. La policía ha tenido que colocar barreras. El desenlace es conocido. El morbo humano destila en cada esquina.

En tal contexto se desarrolla este cuento oculto, inserto en “Empleado como prueba”, escrito por Frederick Forsyth. El autor es conocido mundial por sus novelas El día del Chacal, Odessa, y Los perros de guerra. Nació el año 1938, en Ashford, Reino Unido. Recientemente se ha develado que trabajó para el M16, el servicio de espionaje inglés, por más de dos décadas.

Ernesto Bustos Garrido

Cuento corto escondido

Cuento corto escondido de Frederick Forsyth: [El desalojo]

–Dejadle en paz –gritó la voz–. Es un pobre viejo.

Hanley se acercó tranquilamente al cordón. Observó sin prisa la hilera de caras, mirándoles fijamente a los ojos. La mayoría desviaron la mirada; todos guardaron silencio.

–¿Ahora lo compadecéis? –preguntó suavemente Hanley–. ¿Fue por compasión que rompisteis todas sus ventanas el invierno pasado, haciendo que se helase por dentro? ¿Fue por compasión que le arrojasteis piedras y barro? –Se hizo un largo silencio–. Entonces cerrad el pico –dijo Hanley, y volvió al grupo de delante de la puerta.

Todos callaron detrás del cordón. Hanley hizo una señal con la cabeza a los dos alguaciles que le miraban fijamente.

–Procedan –ordenó.

Ambos llevaban barras de hierro. Uno de ellos pasó junto al lado de la casa, deslizándose entre la valla y la esquina del edificio (de la vivienda). Con la facilidad nacida de la práctica, desprendió tres tablas de la valla y entró en el patio de atrás. Se acercó a la puerta trasera y dio unos golpes con la barra. Cuando su colega oyó el ruido, golpeó a su vez la puerta principal. Ni el uno ni el otro obtuvieron respuesta. Entonces el que estaba en la parte delantera de la casa introdujo el extremo biselado de la barra entre la puerta y la jamba, y la cerradura saltó inmediatamente.

La puerta se abrió unos centímetros y quedó encallada. Había muebles amontonados detrás de ella. El alguacil sacudió tristemente la cabeza y, volviéndose al otro lado de la puerta, hizo saltar los goznes. Después alzó la puerta y la depositó en el jardín. Una a una apartó las mesas y sillas amontonadas en el recibidor, hasta que la entrada quedó despejada. Por último llamó:

–¿Mister Larkin?

En la parte de atrás se oyó un chasquido al romper su compañero la puerta y entrar por la cocina.

La calle estaba silenciosa mientras los dos hombres registraban la planta baja. Una cara pálida apareció en la ventana del dormitorio del piso alto. Los curiosos la vieron.

–¡Allì está! – gritaron tres o cuatro voces como los ojeadores que descubren una liebre delante de los jinetes.

Uno de los alguaciles asomó la cabeza en la puerta principal. Hanley señaló con la cabeza hacia la ventana del dormitorio. Los dos hombres subieron la estrecha escalera. La cara desapareció de la ventana. No hubo lucha. Al cabo de un momento los dos hombres bajaron de nuevo llevando el primero al viejo en brazos.

Al salir bajo la lluvia, miró indeciso a su alrededor. El asistente social se acercó corriendo llevando una manta seca. El alguacil puso al viejo de pie y le envolvieron con la manta. El viejo parecía desnutrido, ligeramente mareado, pero sobretodo aterrado.

 


Otros cuentos escondidos

***  (Extraído del cuento “Empleado como prueba”, una de las historias incluidas en el libro “[amazon_link asins=’B0068SB89K,8401371201′ template=’ProductCarousel’ store=’067699289644′ marketplace=’ES’ link_id=’94e23fb7-e9fa-11e6-bda7-6d44406a4ee2′]”).

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