
El 6 de enero del año en curso (2017) falleció en Buenos Aires el escritor Ricardo Piglia (Plata Quemada, Respiración artificial, Ciudad ausente). Ha sido un golpe duro para sus seguidores y creo que también para las letras en habla hispana. Era uno de los mayores referentes de la narrativa de este lado del mundo. Sus primeras obras son trabajos de culto y se admiran e imitan en muchos rincones. La novela que tituló Camino de ida es un híbrido. Mezcla algunas vivencias de Piglia como profesor invitado de literatura en una universidad de Estados Unidos bajo la piel de su “alter ego” Emilio Renzi, y el relato mitad ficción mitad realidad del profesor universitario y genio de las matemáticas Theodore Kaczynski, quien resultó ser el enigmático terrorista bautizado como “Unabomber”.
En la novela, Theodore Kaczynski toma el nombre de Thomas Musk, pero es igual a éste: es un alumno brillante con un alto coeficiente intelectual. Ingresa a los 16 años a la universidad. Obtiene el doctorado ante de los 21 años y comienza a dar clases en Berkley. En esa casa de estudios es víctima de una maniobra de la CIA para manipular la mente de los alumnos más brillantes. El joven Kaczynsky lo descubre y comienza a tomar distancia de quienes detentan el poder. Eso lo lleva a renunciar a la universidad y se recluye a un apartado lugar en las montañas del estado de Montana. Aislado y lejos del mundanal ruido, concibe la idea de un mundo lejos del progreso y los nefastos efectos de la revolución industrial y el capitalismo. Decide convertirse en un combatiente solitario, sin ideología política, pero muy cercano a los movimientos ambientalistas.
Al poco tiempo comienza a fabricar bombas y a colocarlas en sitios estratégicos. Más de veinte años mantuvo en jaque a la sociedad norteamericana y al FBI. Mata a tres personas y hiere con sus carta-bombas a 22 o 23. La policía inicia una cacería sin precedentes. Hay que encontrar a Recycler (su nombre de batalla) y al igual que Unabomber, finalmente es hallado y tomado prisionero. En la novela de Piglia se le sigue un juicio y es enviado a la silla eléctrica. En la vida real “Unabomber”, que fue denunciado por su hermano Peter, es condenado a cadena perpetua de por vida, y está recluido hasta hoy en una cárcel de máxima seguridad.
La crítica ha elogiado la novela, pero la divide en dos partes: la primera donde Pligia, bajo la piel ficticia de Renzi, cuenta sus experiencias como profesor invitado y la relación sentimental con una bella académica del plantel que misteriosamente muere un atentado con bomba. Esta historia está dentro de los cánones narrativos del escritor nacido en Adrogué (Argentina). Son las páginas más interesantes La segunda parte de la obra arranca desde la muerte de Ida Brown, y Renzi que quiere encontrar las causa de su extraña y repentina muerte. Aquí es donde Piglia tiene un renuncio y su pluma se acerca al caso real de “Unabomber”. Pudo haber sido mejor, desde mi modesto punto de vista, y no haberse adentrado en una historia muy conocida y mejor escrita por varios cronistas policiales.
Del Renzi, como profesor invitado en la Taylor University (Nueva Jersey), son los relatos reproducidos a continuación. Son historias en el estilo Piglia y contadas a través de un escritor frustrado (que podría o no podría ser él mismo) que se refugia en las aulas de esa universidad yanqui para superar su divorcio, su alto consumo de alcohol, y su sequía literaria.
Por Ernesto Bustos Garrido

1.- Renzi le cuenta a Ricardo Piglia el caso del mendigo Orión
… Salía de la biblioteca al caer la tarde y volvía caminando hasta la casa por Nassau Street. Muchas veces me sentaba a comer en el Blue Point, un restaurante de pescado que estaba a medio camino. Había un mendigo que paraba en la playa de estacionamiento del lugar. Tenía un cartel que decía: “Soy de Orión” y vestía un impermeable blanco abotonado hasta el cuello. De lejos parecía un enfermero o un científico en su laboratorio. A veces me detenía a conversar con él. Había escrito que era de Orión por si aparecía alguien que también fuera de Orión. Necesitaba compañía, pero no cualquier compañía. “Sólo personas de Orión, Monsieur”, me dijo. Cree que soy francés y no lo he desmentido para no cambiar el curso de la conversación. Al rato se quedaba en silencio y después se recostaba en el alero y se dormía. (Página 26)
2.- Renzi le cuenta a Ricardo Piglia acerca del mundo de G. E. Hudson
… Me interesaban los escritores atados a una doble pertenencia, ligados a dos idiomas y a dos tradiciones. Guillermo Enrique Hudson (escritor norteamericano-argentino Estancia Florencio Varela 1841–Londres 1922) encarnaba plenamente esa cuestión. Ese hijo de norteamericanos se había criado en la vehemente pampa argentina a mediados del siglo XIX y en 1874 se había ido por fin a Inglaterra, donde vivió hasta su muerte en 1922. Un hombre escindido, con la dosis justa de extrañeza para ser un buen escritor. “Me siento enancado en dos patrias, dos nostalgias, dos esencias. Debo rendirle homenaje a las dos, y tiene que serlo justamente con esos dos elementos que forman mi doble ubicuidad: nostalgia y angustia”. Presentaba los problemas clásicos del que se educa en una cultura y escribe en otra. Como Kipling y también como Doris Lessing o V. S. Naipaul, Hudson había nacido en un territorio perdido que se convirtió en el centro lejano de su literatura. (Página 34)
3.- Renzi le cuenta a Ricardo Piglia del suicidio de un assitant professor
… Las clases empezaron a principio de febrero, enseñaba tres horas por semana los lunes a la tarde, en la sala B-6-M de la biblioteca, y el seminario tenía una asistencia moderada (seis inscriptos). Era por supuesto un grupo de elite, muy bien entrenado, y mostraba ese aire de conspiración que tienen los estudiantes de doctorado durante los años que pasan juntos mientras escriben sus tesis.
… El mismo día en que llegué, un joven assitant professor de una universidad cercana se había atrincherado en su casa en Connecticut y había matado a un policía; permaneció encerrado durante doce horas hasta que llegó el FBI. Exigía que revisaran su promoción a associate porque la habían rechazado y pensaba que era una injusticia y desconsideración con sus méritos y sus publicaciones. Lo más divertido fue que al final prometió rendirse si le aseguraban que en la cárcel iba a poder usar armas. Tenía razón, es en la cárcel donde deben usarse las armas, pero se negaron y el joven se suicidó (Página 35)
Retrato robot de Umabomber, por Jeanne Boylan / Fuente: Wikipedia
4.- Renzi le cuenta a Ricardo Piglia sobre el gaucho con lentes
… Comenzamos (su estudio) con una escena de “Idle days in Patagonia” (Días de ocio en la Patagonia) que podríamos llamar “Una lección de óptica”. Situada en la niñez de Hudson, sucede hacia 1851. En ese momento en el campo, en el desierto, hay –cuenta Hudon- un inglés y un gaucho que aprende a ver, que ve por primera vez, y por eso podríamos llamar también la escena “modos de ver”. El gaucho se ríe del europeo porque éste usa anteojos. Le parece ridídulo ver a ese hombre con un aparato artificial calzado sobre la nariz. Hay un desafío y una tensión para definir quién ve bien lo que ve, y de a poco el gaucho entra en el juego y al fin acepta probarse las gafas del inglés.
Y no bien se calza los anteojos (que le funcionan perfectamente, casi en un acto de azar surrealista), el paisano ve el mundo tal cual es; descubre que hasta entonces tenía una visión turbia dde la naturaleza, y que sólo había visto manchas difusas y formas inciertas en la llanura gris. Se pone los lentes y todo cambia, y ve los colores y la silueta nítida del paisaje y reconoce el pelaje verdadero de su caballo overo y subre una suerte de epifanía óptica. “Veo ese carro”, dice el gaucho que no puede creer que tenga ese color ardiente, y entonces va y lo toca, porque piensa que está recién pintado. (Página 37)
5.- Renzi le cuenta a Ricardo Piglia su experiencia con el tiburón blanco
… Al día siguiente la secretaria del chair me dijo que (el profesor) Don D’Amato quería verme y me invitaba a tomar una copa en su casa. Su estudio estaba cubierto de objetos del mundo ballenero que él coleccionaba como parte de su Museo-Melville. Me mostró una réplica del arpón de Queequeg y el original del pupitre de cedro en el que Melville había escrito –siempre de pie– sus tediosos informes cuando trabajaba de escribiente en la aduana de Nueva York. Trajo también la edición de las obras de Shakespeare de 1789, en la que Melville había trabajado mientras escribía la novela (Mobby Dick). Su biblioteca era la más completa colección privada de Melville que existía en los Estados Unidos. Le habían hecho ofertas para que la vendiera, pero siempre se había negado con una sonrisa. Si vendo estos libros me voy a aburrir, decía. Esa noche fue muy amable conmigo, teniendo en cuenta que yo era un oscuro literato sudamericano y él un scholar de tercera generación, compañero de Lionel Trilling y Harry Levin.
… Nos sentamos en los sillones de cuero de su escritorio con un vaso de brandy y dimos vuelta sobre las relaciones de G.E.Hudson (también W.H.Hudson) con Melville; en “Días de ocio en la Patagonia” había un largo capítulo sobre la blancura de la ballena en Melville. La conversación siguió un rato y empezó a languidecer y entonces me invitó a visitar el sótano.
… La escalera que llevaba abajo estaba en una entrada lateral de la cocina. Había vaciado el resto de la superficie del largo sótano y lo había convertido en un gran acuario con paredes y techo de cristal corredizos. Abajo, en el enorme acuario, nadaba un tiburón blanco. Se movía en la claridad del agua como una sombra, con su aleta bordeando el aire. Es un cazón, me dijo, un cachorro, viven poco en cautiverio. Era bello y siniestro y se movía con helada elegancia. ¿Y cómo lo alimenta? ¡Con visiting professors!, dijo Don y amagó empujarme, pero sólo puso la mano en el hombro. (Página 48)
*** Extraído de la novela de Ricardo Piglia Camino de ida, Anagrama (Narrativas hispánicas) Santiago de Chile octubre del 2013. Gentileza de Biblioteca Viva/Mall Plaza Egaña/Fundación La Fuente (Chile).
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