«Los peces no cierran los ojos», de Erri de Luca

 

Seix Barral, peces, Erri de Luca
Los peces no cierran los ojos, de Erri de Luca (Seix Barral, 2012)

Los peces no cierran los ojos, de Erri de Luca

José Sánchez Rincón

Erri De Luca (Nápoles, 1950) es un autor sorprendente. Persona de una gran humildad, está considerado uno de los mejores escritores italianos actuales a pesar de haber comenzado a escribir a una edad avanzada y, además, se dedicó a oficios tan variopintos y alejados de la escritura como mecánico, albañil o conductor de vehículos humanitarios durante la guerra de Bosnia.

Creador de otras obras de carácter biográfico (Aquí no, ahora no), nos conmueve con Los peces no cierran los ojos (Seix Barral, 2012), novela en la que plasma desde la madurez el verano mágico de sus diez años: la alegría al deambular libremente por una isla cercana a Nápoles y su admiración por la sabiduría, esfuerzo y destreza de los pescadores. De Luca nos habla, también, de sus dificultades para adaptar el cuerpo al crecimiento de su mente, de sus problemas con las matemáticas, del aprendizaje de la lengua a través de los crucigramas, de su falta de empatía con otros niños y del descubrimiento de una muchacha de la que no recuerda el nombre, conocedora del lenguaje de los animales, y con la que vive una aventura de amor singular.

Escrita en primera persona, esta novela es breve, sencilla y emotiva. Erri De Luca tiene una forma de narrar parecida a la de Marguerite Duras en El amante, en la que se crea una verdad pasmosa donde se condensan el espacio y el tiempo. El autor sugiere e insinúa, aunque también nos da cuenta de los hechos más relevantes de su familia.

Los peces no cierran los ojos es un pequeño milagro; el recuerdo nostálgico, borroso y festivo del verano en el que se acaba la niñez y se descubre que el mundo es de otra manera a como lo habíamos vivido e imaginado.

Algunos párrafos seleccionados del libro:

 

«Ella me cogió de la mano por debajo del agua y me la apretó. No era madreperla ni pan, era corriente eléctrica».

«A ella le debo la liberación del verbo amar, que en mi vocabulario estaba bajo arresto».

«En septiembre ocurren días de cielo descendido en la tierra. Se abre el puente levadizo de su castillo en el aire y, bajando por una escalera azul, el cielo se apoya durante un rato en el suelo. A los diez años podía ver los peldaños escuadrados y recorrerlos hacia arriba con los ojos. Hoy me contento con haberlos visto y con creer que siguen existiendo».

«Yo creo en lo que veo escrito. Hablando se dicen un montón de mentiras. Pero cuando uno las escribe, entonces son verdad».

«Mi padre falta desde hace dos años. El otoño pasado, era noviembre, fui al cementerio. Hacía frío, no era época de mariposas. Sin embargo, una blanca se me acercó volando y fue a posarse sobre mi rodilla, donde él ponía su mano».

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