Hay dos tipos de narradores: los que se afanan en explicarnos las entretelas de este mundo mediante una historia, y los que se limitan –que no es poco– a explicarse a sí mismos. Los primeros deben ser profusos y ofrecer numerosos elementos: personajes, descripciones geográficas y físicas, una trama, una acción, un andamiaje narrativo, tal vez un mensaje y, por supuesto, un final… Los otros autores, sin embargo, no necesitan una gran puesta en escena, pues no se trata tanto de novelar sino de hacer espeleología de uno mismo. Y eso es lo que hace Juan Manuel Hernández en Cuando la noche te alcanza (Tolstoievski, 2017).
Echando mano de etiquetas inocuas, no es este un libro de verano, sino más bien de invierno, para leer pegado a la mesa-camilla, de noche y en soledad, sin más interferencias que las de nuestros propios fantasmas.
Cuando la noche te alcanza es una suerte de bitácora de los pensamientos del día a día, que, ya se sabe, suelen ser los pensamientos de todos los días. Aforismos, pequeñas narraciones cotidianas y reflexiones sobre lo divino y lo humano habitan estas 260 páginas desde donde se nos convoca a presenciar el debate intelectual que Juan Manuel libra consigo mismo. No encontraremos aquí aventuras, sino la aventura de vivir contracorriente.
Las pasiones prohibidas, la asunción del fracaso, la soledad, la paternidad, el oficio de escribir, el rechazo a la pulsión religiosa o la muerte en vida son algunos de los fantasmas de la noche que acosan a nuestro autor y de los que se defiende con ese arma tan poderosa –o tan inocua, vaya uno a saber– que es la escritura.
En este sincero ejercicio de autoanálisis que es Cuando la noche te alcanza, el lector exigente hallará cierta complicidad intelectual que quizá no encuentre en otros libros escritos no para motivar al lector en la búsqueda del autoconocimiento sino simplemente para entretener.
Francisco Rodríguez Criado
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 16 de julio de 2017).
Fragmentos de Cuando la noche te alcanza
La soledad no se elige, corre por las venas como una gozosa e inevitable maldición. [p. 58].
Hoy se escriben demasiados libros, muchos textos torpes, a cargo de autores que, con los oropeles del mercado, se adornan pronto como pavos reales. Se escriben libros descompensados, novelas con historias esqueléticas, infladas con las más innecesarias digresiones. Algunos, con desfachatez, airean incluso sus cálculos sobre el número de páginas que deben escribir al día para conseguir una obra de grosor satisfactorio. Y todo esto ocurre porque entre las masas de consumidores vende mucho menos el genio, la belleza y la ilustración que el vacuo arte del entretenimiento. [p. 59].
Ayer encontré de improviso una razón legítima para seguir caminando: pelear por que mis hijos no se contaminen en absoluto con mi fracaso. Tal vez la excusa de cualquier progenitor decente. [p. 137].
Juan Manuel Hernández, Cuando la noche te alcanza (Tolstoievski, 2017).
