Por Ernesto Bustos Garrido.
Eva Luna es la tercera novela de la escritora Isabel Allende (Premio Nacional de Literatura de Chile 2010), y surge en sus años de exilio en Caracas, Venezuela, donde tuvo que establecerse con su familia al cabo del Golpe de Estado de Pinochet en Chile. Ella era una joven periodista con formación universitaria, cuyas crónicas y reportajes destacaban por su audacia. Formaba parte de la plantilla de una revista semanal (Revista Paula) que tocaba temas de mujeres principalmente, con mensajes directos y explícitos hacia los hombres y su inveterado machismo. Isabel tuvo allí su mejor escuela. Un día la directora de la publicación la mandó a enterarse de la vida secreta de las bailarinas de teatro y cabaret. Isabel se hizo pasar junto a una amiga como postulantes a corista, y en la primera audición debió quitarse la ropa. Reconoce que se llenó de vergüenza, no por mostrar su delicado y armonioso cuerpo, sino porque ese día ella andaba con calzones de lana.
De la novela Eva Luna (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina. Primera Edición, octubre 1987) hemos entresacado algunos fragmentos que dan cuenta de la inconmensurable capacidad de la escritora para contar historias y asombrar con ellas.
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El comienzo
Me llamo Eva, que quiere decir vida, según un libro que mi madre consultó para escoger mi nombre. Nací en el último cuarto de una casa sombría y crecí entre muebles antiguos, libros de latín y momias humanas, pero eso no logró hacerme melancólica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria. Mi padre, un indio de ojos amarillos, provenía de un lugar donde se juntan cien ríos, olía a bosque y nunca miraba al cielo de frente, porque se había criado bajo la cúpula de los árboles y la luz le parecía indecente. Consuelo, mi madre, pasó la infancia en una región encantada, donde por siglos los aventureros han buscado la ciudad de oro puro que vieron los conquistadores, cuando asomaron a los abismos de su propia ambición. Quedó marcada por el paisaje y de algún modo se las arregló para traspasarme esa huella.
Comentario
Más que las características particulares de estos tres personajes, el realce de esta partida de texto reside en el paisaje, los lugares desde los cuales llegan padre y madre. La naturaleza y lo fantástico están presentes en estas líneas iniciales: (selva, bosque, momias, libros de latín, cien ríos, ciudad del oro puro). A través de estos dos elementos –naturaleza y fantasía– se anticipa y se fija cuál será la conducta de los seres humanos que darán vida a la historia. Todos quedarán marcados por el medio.
Un escenario
Consuelo creció sin lugar fijo en la estricta jerarquía de la Misión. La Misión era un pequeño oasis en medio de una vegetación voluptuosa que crece enredada en sí misma, desde la orilla del agua hasta las bases de monumentales torres geológicas, elevadas hacia el firmamento como errores de Dios. Allí el tiempo se ha torcido y las distancias engañan al ojo humano, induciendo al viajero a caminar en círculos. El aire, húmedo y espeso, a veces huele a flores, a hierbas, a sudor de hombres y alientos de animales. El calor es oprimente, no corre una brisa de alivio, se caldean las piedras y la sangre en las venas. Al atardecer el cielo se llena de mosquitos fosforescentes, cuyas picaduras provocan inacabables pesadillas, y por las noches se escuchan con nitidez los murmullos de las aves, los gritos de los monos y el estruendo lejano de las cascadas que nacen de los montes a mucha altura y revientan abajo con un fragor de guerra.
Comentario
El paisaje inventado por la escritora tiene mucho de macondiano, o es, derechamente, una réplica del Macondo de Cien Años de Soledad. [Leer Así nació Cien años de soledad]. Sin embargo, el pincel de la autora utiliza además colores variados, dispersos y no convencionales. Por ejemplo se atreve a hablar de “los errores de Dios”, señalando de manera directa a un Dios no infalible, a mosquitos fosforescentes, picaduras que causan pesadillas interminables y cascadas que revientan como fragor de guerra. El fragmento en su conjunto, comienza a perfilar la obra hacia ese mundo fascinante que se conoce como “realismo mágico”. Más adelante la autora contará de un temporal de lluvia que hizo llover peces desde el cielo.
Un personaje surrealista
Tenía doce años (Consuelo la madre de Eva Luna) cuando conoció al hombre de las gallinas, un portugués tostado por la intemperie, duro y seco por fuera, lleno de risa por dentro. Sus aves merodeaban devorando todo objeto reluciente encontrado a su paso, para más tarde su amo les abriera el buche de una navajazo y cosechara algunos granos de oro, insuficientes para enriquecerlo, pero bastantes para alimentar sus ilusiones. Una mañana el portugués divisó a esa niña de piel blanca con un incendio en la cabeza, la falda recogida y las piernas sumergidas en el pantano y creyó padecer otro ataque de fiebre intermitente.
Comentario
Aunque el portugués es solo un personaje secundario en esta novela, está caracterizado con trazas inconfundibles que nos llevan a otro protagonista que aparece en la novela de Jorge Amado, “Tieta de Agreste”. Se trata de un vagabundo que se allega a un sector de playa paradisiaco, conocido como Mangue Seco, de aguas esmeraldas y arenas blancas donde la pequeña Tieta, entonces pastora de cabras, se expone a las pasiones del hombre, lo seduce mostrándole la piel y su mirada ardiente, aceptando por último que éste la tumbe sobre las hojas de palmera y le enseñe lo que es la vida.
El General y el Hombre de la Gardenia
La célebre “Revuelta de las putas” puso todo patas ariba. Al principio el público aplaudió la enérgica reacción del Gobierno y el Obispo fue el primero en hacer una declaración a favor de la mano dura contra el vicio; pero la situación se invirtió cuando un periódico humorístico editado por un grupo de artistas e intelectuales, publicó bajo el título de “Sodoma y Gomorra” las caricaturas de altos funcionarios implicados en la corrupción. Dos de los dibujos se parecían, peligrosamente al General y el Hombre de la Gardenia, cuya participación en tráficos de toda índole era conocida, pero hasta ese momento nadie se había atrevido a ponerla en letras de molde.
La Seguridad allanó el local del diario, rompió las máquinas, quemó el papel, detuvo a los empleados que pudo atrapar y declaró prófugo al director; pero al día siguiente apareció su cadáver con huellas de tortura y degollado en el interior de un automóvil estacionado en pleno centro.
A nadie le cupo duda de quiénes eran los responsables de su muerte, los mismos de la matanza de universitarios y la desaparición de tantos otros cuyos cuerpos iban a parar a pozos sin fondo, con la esperanza de que si en el futuro eran encontrados, serían confundidos con fósiles.
Comentario
Isabel Allende escribe este novela durante su exilio en Venezuela, un país que recibió a miles de perseguidos políticos partidarios del presidente Salvador Allende, pero que antes había vivido constantes de asonadas militares, largos períodos de dictadura, crímenes de estado y un régimen cuyas acciones estaban siempre fuera de la ley. El episodio narrado resulta una caricatura de esos años anteriores a la vuelta de la democracia en dicho país. Sin embargo, también la escritora le hace un guiño a la situación que se vive en Chile a partir de 1973. El “Hombre de la Gardenía” podría ser el jefe de los servicios secretos de Pinochet, el tristemente célebre general Manuel Contreras, más conocido como el “Mamo Contreras”, quien finalmente terminó condenado a más de cien años de cárcel por todos los crímenes cometidos. En ese tiempo en Chile se persiguió a los periodistas, varios terminaron asesinados y se impuso una censura lapidaria. El General y el Hombre de la Gardenia estaban detrás de todo.
En la Prefectura
Rolf Carlé, vestido con el uniforme del liceo, los zapatos recién lustrados y la gorra metida hasta las orejas, caminó con su madre a lo largo del corredor de la Prefectura. El joven tenía ese aire desgarbado y urgente de muchos adolescentes; era delgado, pecoso, de mirada atenta y manos delicadas. Los condujeron a una sala desnuda y fría, con los muros cubiertos por azulejos, en cuyo centro reposaba el cadáver en una camilla, iluminado por una luz blanca. La madre sacó un pañuelo de la manga y limpió cuidadosamente sus lentes. Cuando el forense levantó las sábanas, ella se inclinó y durante un interminable minuto observó ese rostro deformado. Le hizo una seña a su hijo y él también se acercó a mirar; entonces ella bajó la vista y se tapó la cara con las manos para ocultar su alegría.
–Es mi marido –dijo por último.
–Es mi padre –añadió Rolf Carlé, tratando de mantener la voz serena.
Comentario
El fragmento muestra a una escritora con una capacidad de síntesis propia de los buenos periodistas. Palabras exactas, prescindencia de los adjetivos inútiles, y uso de detalles que dicen sensaciones, más que describirlas. El difunto había sido un hombre cruel que había tratado a su esposa como un mueble y que la había humillado más allá de los límites humanos. El hijo, que más tarde conocerá a Eva Luna, después de reconocer a su progenitor, “experimentó una sensación de alivio y paz”, dice la escritora.
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Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile), periodista, se formó en la Universidad de Chile. Al egreso fue profesor en esa casa de estudios, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, televisión y radio, funda-mentalmente en La Tercera de la Hora como jefe de Crónica y editor jefe de Deportes. Fue director de los diarios El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco. En los sesenta y setenta fue Secretario de Prensa de la Presidencia de Eduardo Frei Montalva, asesor de comunicaciones de la Rectoría de la U. de Chile, y gerente de Relaciones Públicas de Ferrocarriles del Estado. En los ochenta fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar. Desde fines de los noventa intenta transformarse en escritor.
