
ENSAYOS, de Montaigne
Michel de Montaigne (Castillo de Montaigne, 1533-Burdeos, 1592), hijo de un acaudalado comerciante ennoblecido, recibió una educación humanista, estudió Derecho y fue lector asiduo de Séneca, Virgilio, Plutarco y Lucrecio. Montaigne desempeñó algunos cargos públicos como el de consejero del Parlamento de Burdeos o el de alcalde de esta misma ciudad, aunque hizo una pausa para dedicarse a escribir en exclusiva entre 1570 y 1581.
Montaigne dictó a unos secretarios las reflexiones que más tarde darían lugar a sus famosos Ensayos (1580). El autor no siguió un plan establecido al hacerlo, de ahí la disparidad de materias, de estructura y de extensión: algunos caben en una página y otros son verdaderos tratados filosóficos. Para Borges, los Ensayos poseen como cualidad esencial la de tener una prosa dialogada.
Al comenzar el libro, el autor se sincera: “Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro, no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano. Adiós, pues”.
“El hombre es tema maravillosamente baladí, diverso y fluctuante. Difícil de fijar en el juicio constante y uniforme… Todo tema me es igualmente fértil, pues están encadenados unos a otros.”
Partiendo de su particular mirada, Montaigne nos habla de sentimientos y pasiones, de la tristeza, la ociosidad, la constancia, la cobardía, la educación, la pereza, la virtud, la ira…, y apoya sus opiniones en numerosos ejemplos y citas latinas.
Montaigne nos alecciona exponiendo casos de una clase y, a la vez, de su contraria: “De cómo lloramos y reímos por una misma cosa… Perseguimos con denodado tesón la venganza de una injuria, sentimos particular contento con la victoria y, sin embargo lloramos; no es por eso por lo que lloramos, nada ha cambiado, mas nuestra alma mira el objeto con otros ojos, representándoselo con otro aspecto, pues cada cosa tiene varios sesgos y diversos brillos”.
También da consejos de cómo afrontar la vida: “No debéis pensar en que el mundo hable de vos sino en cómo hablaros a vos mismo. Retiraos a vuestro interior, mas preparaos primero para recibiros; locura sería fiaros de vos mismo si no os sabéis dirigir”.
Numerosos autores han declarado su admiración por esta obra. Por ejemplo, Harold Bloom, el afamado crítico literario, coloca a Montaigne a la altura de Shakespeare y Cervantes en el Olimpo de los escritores, y ensalza el último capítulo del libro, titulado “De la experiencia”, donde se afirma: “No hay deseo más natural que el deseo de conocimiento. Probamos todos los medios que puedan llevarnos a él. Cuando nos falla la razón, usamos la experiencia… Es menester cierto grado de inteligencia para percatarse de que se ignora, y es menester empujar una puerta para saber que nos está cerrada”.
En mi opinión, Montaigne nos ofrece un compendio del saber y la cultura de su tiempo, de forma variada y esclarecedora, y matiza la subjetividad humanista con cierto grado de escepticismo para no caer en el engreimiento. Él nos habla de lo más propio y esencial que hay en el hombre y, por eso, los Ensayos no han perdido un ápice de su vigor y universalidad.
José Sánchez Rincón
