EL OVEJERO
Sigifredo pasaba la mayor parte del día pastoreando a sus ovejas. Un día, mientras caminaba por los prados, pensó que ya estaba cansado de hacer siempre lo mismo y que era buen tiempo de emprender un nuevo negocio.
-Voy a venderle mis ovejas a la primera persona con quien me atraviese.
No sabemos si fue el destino, la casualidad o alguna fuerza ultra terrena (similar a esas que intervienen en las leyendas de terror), pero el caso es que a los pocos minutos de elucubrar ese pensamiento se topó con un hombre mayor que lo interceptó:
-Muy buen día tenga usted. Me preguntaba si sus ovejas estarían en venta –preguntó el forastero.
-¡Vaya, señor! Seguramente usted es adivino o algo así, ya que apenas hace rato estaba pensando en deshacerme de estos animales. La atención y el cuidado que debo prestarles son cosas muy desgastantes. Aparte de eso, tengo que cuidar a mi madre, que está gravemente enferma –respondió Sigifredo.
-Extraordinario. Entonces creo que cerraremos el negocio rápido. ¿Cuál es el precio de sus ovejas?
-Una pieza de oro por cada una.
-Me parece un precio justo. Me las llevaré todas. Por cierto, si tiene más dígamelo y nos ponemos de acuerdo con la fecha de la entrega. Le pagaré por adelantado, para que no desconfíe de mi honradez.
-Sí, tengo muchas más, mañana le traeré otras 300 sin falta.
El hombre abrió su abrigo y de uno de los bolsillos interiores sacó un costal lleno de oro. Pagó a Sigifredo la cifra convenida y se llevó a los animales con él.
-¡Qué buena suerte! 375 piezas de oro. Con eso podré comprar muchas otras cosas y, lo más importante, me olvidaré de las ovejas para siempre.
Al día siguiente, Sigifredo entregó las ovejas faltantes. No obstante, antes de que éste se marchara fue cuestionado por el comprador nuevamente.
-¿Todavía le quedan ovejas?
-Sí, me quedan 100 más. Sin embargo, no se las voy a poder vender debido a que son mis consentidas.
-Vamos, póngale un precio a esas ovejitas. Estoy convencido que podremos llegar a un acuerdo justo para ambas partes.
-Usted es un hombre muy persuasivo. No hay forma de decirle que no a sus proposiciones. ¿Qué le parece si lo dejamos en dos piezas de oro por cada oveja?
-¿Dos piezas? Si no me equivoco eso es el doble de lo que pagué por las anteriores.
-Efectivamente, pero le recuerdo que éstas son de otra calidad.
-Acepto el trato. Mañana lo espero aquí a la misma hora.
Así lo hizo y en lo que llegaba a su hogar, empezó a pensar en voz alta:
“Maldición, ya se me acabaron las ovejas sanas y no le puedo sacar más dinero a ese tonto. ¡Lo tengo! Le venderé las 25 ovejas enfermas que tengo. Cubriré su piel con un poco de algodón y así parecerán saludables”.
Al salir el sol, Sigifredo fue a buscar al comprador con la esperanza de encontrarlo en el llano. Luego de que pasaron unas horas, lo vio llegar y le dijo:
-Sé que hoy no quedamos de vernos, pero le vengo a ofrecer las últimas ovejas que me quedan. Son 25. Quiero tres piezas de oro por cada una de ellas.
– Acepto el precio, pero le recuerdo que no es bueno abusar de la gente.
El hombre inspeccionó cuidadosamente a uno de aquellos especímenes y enseguida notó que la lana estaba entremezclada con borlas de algodón.
-¡Esto es un embuste! Por mentiroso te convertirás en una de estas criaturas. –dijo el comprador y con un chasquido de sus dedos convirtió a Sigifredo en una oveja agonizante.
En realidad, el forastero era un mago disfrazado quien se divertía transformando a personas embusteras.
