
El llano en llamas, de Juan Rulfo
La admiración que despierta el mexicano Juan Rulfo (1918-1986), autor de dos de las obras más singulares de la literatura castellana (Pedro Páramo y El llano en llamas), es generalizada e incontestable, debido a lo mucho que nos cuenta con una gran economía de medios.
Hombre poco hablador, Rulfo estuvo marcado desde su infancia por el asesinato de su padre y la temprana muerte de su madre, sucesos por los cuales fue internado en un orfanato. Pero más que por la violencia de la Revolución Mexicana, su obra parece surgir de la confluencia de fuerzas atávicas relacionadas con el destino. Él crea un mundo donde se condensan los aspectos más oscuros de la naturaleza humana.
El llano en llamas lo forman diecisiete cuentos ensombrecidos por el pesimismo y la tristeza. Todo lo que nombra el autor va subrayando esa atmósfera asfixiante de planeta hostil. Siempre hay una amenaza telúrica y las desgracias se suceden como un fátum de la gente pobre, principalmente de campesinos temerosos de Dios.
A veces sus cuentos son lacónicos y enumerativos, como si el autor estuviera levantando acta notarial de los hechos. En ellos se cometen asesinatos, adulterios, abandonos del hogar, venganzas, violaciones, incestos…, actos que no se sabe si son la causa o la consecuencia de lo que ocurre.
Otras veces parece que estuviéramos asistiendo a un western de frontera repleto de descripciones funestas: “El cielo estaba gris, flores destruidas y marchitas, el río se traga algunas ramas en el remolino sin que se oiga ningún quejido”. El caso extremo de esta forma de mostrar los hechos a través de un lugar es Luvina, cerro metáfora de la soledad (el viento, el calor, la piedra gris que se hace cal, la sequedad, el aleteo de murciélagos, los viejos y las mujeres solas).
Me gustaría destacar el cuento «No oyes ladrar los perros«, quizás el más conmovedor de todos, el del padre que lleva a enterrar sobre sus hombros al hijo moribundo a su pueblo porque se lo había prometido a su madre, pese a ser un malhechor indeseable que les había hecho la vida imposible.
Estos cuentos tienen algo de tragedia shakesperiana y de maldición bíblica, y su fuerza expresiva nos sorprende tanto como la precisión de orfebre de Juan Rulfo al afrontar su escritura.
