A Fernando Pessoa (1888-1935) le gustaba jugar con la literatura y de ese modo concibió sus heterónimos. Al mismo tiempo, fue escribiendo una especie de diario íntimo, desde 1913 hasta el final de su vida, sobre los más diversos temas (filosóficos, religiosos, cotidianos…), de una forma descreída y con un gran desaliento interior. “Son mis confesiones y, si en ellas nada digo, es porque nada tengo que decir. Escribo mi literatura como escribo mis asientos contables”. Aunque sea de ese modo, él se libera escribiendo y, sin pretenderlo, siempre es profundo, filosófico, Shakesperiano. Normalmente habla de lo que ocurre en su mente, pero, también, de lo que le rodea, con imágenes potentes: “A mí, la muerte me parece una partida. El cadáver me da la impresión de un traje abandonado. Alguien se fue y no necesitó llevar aquel traje único que había vestido… El silencio que emana del sonido de la lluvia son acordes visuales que van ensanchando el alma de goce estético”.
A veces la depresión se apodera de él: “No hay sosiego en el fondo de mi corazón, pozo viejo al final de la finca vendida, memoria de infancia encerrada entre el polvo de la casa ajena”. En otras ocasiones reconoce lo poco que posee: “¡Dos cosas me dio el destino: unos libros de contabilidad y el don de soñar! ¡Que los dioses me cambien los sueños, pero no el don de soñar!”.
El diario también es una muestra de sentimientos negativos y dolorosos que el autor se inflige: “La vida me desagrada como una medicina inútil… Soy un pobre huérfano abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío por las esquinas de la realidad, teniendo que dormir en las escaleras de la tristeza y comer el pan de gracia de la fantasía… Nunca pretendí ser más que un soñador. Nunca presté atención a quienes me hablaban de vivir. Pertenecí siempre a lo que no está donde estoy y a lo que nunca pude ser”. Y otras veces se consuela poéticamente: “Todo el que duerme es nuevamente un niño… Amamos sólo la idea que nos formamos de alguien. Es un concepto nuestro, es, en suma, a nosotros mismos lo que amamos”.
También es muy cerebral: “No sé lo que es el tiempo. No sé cuál es su verdadera medida. Si es la del reloj, sé que es falsa: divide al tiempo espacialmente, por fuera. La de las emociones sé también que es falsa: divide, no el tiempo, sino la sensación del tiempo”.
La lectura del libro requiere atención por su complejidad, sus paradojas, sus metáforas… Pessoa, condicionado por su visión del mundo, iguala el acto de escribir al de vivir: “Hace mucho tiempo que no escribo. Ha pasado meses sin que viva”. Y es un perdedor vocacional: “Si un día pudiera libremente escribir y publicar sé que tendría nostalgia de esta vida insegura en que apenas escribo y no publico”. Incluso tiene la premonición de ser valorado después de muerto, cuando ya no se puede compensar la falta de afecto que lo acompañó en vida: “El verdadero destino noble es el del escritor que no publica”.
El libro del desasosiego es un torrente fragmentario que, cuando hubo de ser publicado, el editor decidió componerlo por temas y no de forma cronológica. Un libro único, de un escritor único y de una riqueza literaria múltiple y sin límites.
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