El año sin verano, de Carlos del Amor

Discernir realidad de ficción no es fácil incluso cuando uno tiene los pies en la tierra. Cuántas ficciones han acabado por superar la realidad y cuántas realidades nos parecen ficción. El año sin verano, la última novela del periodista y escritor Carlos del Amor, se desarrolla en ese difícil terreno: un terreno lleno de caminos y atajos, de escaleras que suben y bajan, de recuerdos  y presentes, de finales tan ficticios como reales.

Carlos del Amor (Murcia, 1974), confirma con esta novela que ya no es solo ese periodista al que todos conocemos, es también un escritor, uno de esos que podría considerarse escritor a secas, de esos que, desafortunadamente, quedan pocos.

Se me vienen a la cabeza un sinfín de referencias culturales con las que comparar esta novela. Disparo: Buero Vallejo, Jean-Pierre Jeunet, Camilo José Cela, Hitchcock, Jacques Tati y hasta el mismísimo M.C. Escher, por qué no.  Lo malo de estas referencias es que pueden ser demasiados personales, lo bueno es que la novela no las necesita. Cuando un trabajo es bueno, adquiere su propia identidad y este es el caso de El año sin verano.

Quién no ha sido un voyeur alguna vez en esta vida, quién no ha soñado con encajar las piezas de un misterioso puzzle y darnos una palmadita de autocomplacencia en la espalda a falta de un Doctor Watson que nos halague, quién no ha querido encontrar el manojo de llaves que el protagonista de la novela encuentra y abrir, no solo las puertas de las casas de nuestros vecinos, sino sus sueños e inquietudes.

Esas llaves que abren las casas de los vecinos del protagonista, son también las mismas llaves que abren la trama de la novela. No sólo de la que nosotros, como lectores, estamos leyendo, sino también de la novela que el protagonista está escribiendo. ¿Realidad o ficción? ¿Libro o metalibro? Es tan delgada la línea que las separa que el lector se encuentra encantadoramente atrapado entre dos novelas, entre dos tiempos, entre dos realidades fingidas. Y eso es una genialidad, algo que pocos escritores pueden hacer.

Es un placer hacer ejercicio subiendo y bajando las escaleras de este céntrico edificio madrileño. Un auténtico placer espiar de la mano de Carlos del Amor y su protagonista un mundo que finge ser mundo, unas vidas pasadas que se entrelazan con un presente que también finge ser real.

Victoria Mera

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