Cuento de José Nogales y Nogales: Yo soy un corazón

El 31 de enero de 1900, el cuento de José Nogales y Nogales, «Las tres cosas del tío Juan», obtuvo el Primer Premio del concurso convocado por el periódico El Liberal, en el que se impuso a escritores como Emilia Pardo Bazán, Valle-Inclán o Cansinos Assens.

José Nogales y Nogales, las palabras con monóculo y peluca blanca

Por Ernesto Bustos Garrido

Esta es la segunda oportunidad en que debo referirme al escritor andaluz José Nogales y Nogales, nacido en el pueblo de Valverde del Camino, al norte de la ciudad de Huelva. Hace algunos meses trajimos un cuento de su autoría –dicen que es el más famoso de cuantos escribió–  y que tituló “Las tres cosas del tío Juan”.

En esta oportunidad ponemos sobre el escenario un cuento muy singular, especialmente por la construcción de la historia. Se llama “Yo soy un corazón”. Su prosa es claramente del siglo pasado. Nogales y Nogales nació el 21 de octubre de 1860.  Lo bautizaron el día 25 y le pusieron José Hilarión. Compartió con Luis, Valeriano, Francisco, Pilar, Inés y Rosario, todos hermanos. Fue a la Escuela Municipal del Carmen en Aracena. Estudió diversas materias, tales como Lectura, Escritura, Agricultura, Aritmética, Religión e Historia Sagrada.

Cuando escribe surgen de inmediato algunos preceptos de su fe católica, y junto a ellas, las formas declamativas de ese siglo. ¿Cómo? Un poco rebuscadas; un poco con olor a alcanfor y a violetas; un poco con aromas de altar y confesionario, un poco con tintes de salón, clavicordio y tertulia. Sin embargo, la lectura resulta simpática, atractiva, fácil de digerir y hasta risueña.

Habla, por ejemplo, de achaques, preceptos evangélicos, de una serena brisa que mueve las frondas quejumbrosas, con el rumor de un rezo no comprendido. Describe el vuelo de un bando de alondras seguidas por cuervos (el bien y el mal). Cita a Cervantes y su novela El licenciado Vidriera. Pinta con palabras la mansedumbre de la tarde que entona su Angelus…

De este modo se revela como un escritor muy creyente. Descubrimos frecuentes citas de elementos religiosos. Usa al mismo tiempo la expresión Katay o Catay, que no es otra cosa sino el nombre que antiguamente se le daba a China (aseguran que ese nombre se lo puso Marco Polo). Y para cerrar el relato una frase: “Yo no vi sino un azulado jirón de la neblina enredado en las frondas”.

Por su estilo y sus temáticas se le considera un escritor romántico y modernista a la vez. Los especialistas lo han incluido entre la cofradía de grandes autores reunida en la Generación del 98. Fue cronista, crítico literario, archivero y bibliotecario. Vivió algún tiempo en el N.º 18 de la calle Huelva de Valverde del Camino. También moró en Aracena debido al trabajo de su padre. De allí eran sus abuelos y sus progenitores. Terminada su enseñanza básica se va a Sevilla para entrar al Bachillerato y luego inicia la carrera de Derecho. La interrumpe, aparentemente sin razones, y se va a Marruecos, donde funda y dirige un periódico. A su retorno, al cabo de cuatro o cinco años, retoma sus estudios y obtiene el título de abogado. En política se une a los zorrillistas y defiende con pasión en los estrados las causas contra la poderosa Río Tinto Company.

Sus obras más conocidas son Mariquita León, El último patriota, Mosaico, Cartas del Caballero de la Tenaza, y Tipos y costumbres.

Murió en Madrid el 7 de diciembre de 1908. A su sepelio asistieron entre muchos otros Vicente Blasco Ibáñez, Benito Pérez Galdós, José Canalejas Méndez y Segismundo Moret.

-¿Va usted al Sanatorio? – No señor.- Es una lástima porque usted también padece….

en la Revista Ilustrada «Blanco y negro» Año XVIII Nº 870. Ilustración de Angel Huertas del 4 de enero de 1908

Cuento de José Nogales: Yo soy un corazón

En la revuelta de un sendero que no sé adonde va, hallé un pobre hombre. Uno más, porque pobres hombres lo somos todos.

Vestía severamente, y su amplio y negro levitón se cerraba desde el cuello a las rodillas con cierta cautela decorosa. Tenía esa equívoca edad que puede señalarse con varias cifras: cuarenta y cinco, cincuenta, cincuenta y tres…. La barba entrecana, el pelo largo y descuidado, la mirada clara, la frente serena.

–¿Va usted al Sanatorio?

–No, señor -le contesté.

–¡Es lástima, porque usted también padece!

–¿De qué?

–De lo que padecemos todos los de ese Sanatorio.

Con una disimulada inquietud eché una rápida ojeada por mis achaques. ¡Qué nueva cosa tendré yo, Dios mío!

Hablamos; al principio, la charla fue algo incoherente y trivial.

–¿Muchos enfermos?

–Bastantes.

–¿Buenos médicos?

–Ninguno.

–¡Hombre!

–Aquí cumplimos enteramente el precepto evangélico.

–No veo la relación……

–Lo que usted no sabe es el sistema. ¿Qué ha dicho Jesús? “Dejad a los muertos que entierrren a sus muertos»

–Justo.

–¿Y qué deduce usted?

–Yo, nada.

–Los muertos antes de serlo son enfermos: así es que hay que dejar a los enfermos que los curen sus enfermos. La cosa es terminante.

–Estoy convencido… aunque no iniciado.

–Ya le iniciaremos. Por lo pronto, aquí nadie nos oye, le confiaré un secreto: ¡Yo soy un corazón!

José Nogales y Nogales, cuento

Un soplo de serena brisa movió las frondas quejumbrosas con el rumor de un rezo no entendido. Pasó por los aires un bando de alondras seguido de algunos cuervos voraces; un gallo silvestre lanzó al pasar un áspero grito de recogida; el césped otoñal resplandecía con un verdor suave de viejos terciopelos; una fontana parecía reír; un álamo parecía llorar…. Y entre aquellas dos pinceladas de luz que cerraban el horizonte, la una de sangre, la otra de oro, la mansedumbre de la tarde entonaba su Angelus.

En aquella paz del cielo y de la tierra, la palabra del pobre hombre se fundía como en otra Anunciación de un verbo prodigioso. “Yo soy un corazón”. ¡Bendito sea!

***

–Para el vulgo siempre hay casos extraños e inexplicables. ¿Conoce usted la historia del hombre de cristal?

–No sé si será cierto, Licenciado Vidrieras…

–El mismo.

–Pues mi caso es más trágico. Se puede ser frágil y huir de la rotura. Pero imagine usted un hombre-corazón…! Lo que habré sufrido!

–También habrá gozado.

–Imposible. ¿No sabe usted que todo duele y sofoca? Las caricias son en mí como pedradas. ¡Qué serán las pedradas!

–¡Desdichado!

–Estoy inerme. Otros tienen corazas de hueso, coletos de músculo, ropones de piel, generalmente dura…Yo no. Corazón limpio y mondo, latiéndose al aire libre.  A mí me puede matar un beso.

–¿No hay curación?

–No.

–¿Paliativo?

–El trato suave de estos tres buenos amigos que se llaman Silencio, Olvido y Soledad.

–Eso hicieron muchos santos.

–Porque eran corazones.

***

El rojo vivo del ocaso se fundía en el sereno azul. Las dos pinceladas de oro y de sangre se desvanecían, en un resplandor sagrado de amatistas sacerdotales. La fuentecilla reía, el álamo lloraba… El grito del ave silvestre hería los aires con larga puñalada; la mansa dulcedumbre de la tarde elevaba su oración o su lágrima. Era una estrella.

Por el verde sendero venía otro desdichado huyendo de un fantasma. Pocas veces vi un pedazo de juventud tan pálida y triste.

–¿Qué tienes, hermano?

–Un miedo atroz. La blanca señora sabe que tengo el corazón de madera olorosa…. Lo trajo un abuelo mío de ciertas islas de Katay (China). ¿Qué culpa tengo yo? He perfumado con sus astillas todos los bellos cuerpos y todos los lindos camarines; y ahora que ya no me queda sino una partecilla ruin, la blanca señora me persigue… Trae en la mano una copa de plata llena de ascuas. “¡Echalo, échalo”! me grita. ¿Y para qué lo he de echar? ¿Para que usted se perfume? No me parece justo. ¿A vosotros sí?

–Guárdate ese pedazo de corazón oloroso que cada día valdrá más.

–Y en cuanto a esa señora blanca

–Miradla: ahora se columpia en aquel pino. ¿No veis el resplandor de su incensario? ¿Ni el brillo de su hacha? Me aguarda… ¡No partirás este corazón para quemarlo!

Yo no vi sino un azulado jirón de la neblina enredado en las frondas. Por los huecos que el viento abría, asomaba el último resplandor rojo y sanguíneo del ocaso, como una grande ascua. No vi más…

No vi más hasta que llegamos al manicomio.

José Nogales

Fragmento escogido En Diario El Liberal de Huelva

«Me veo en aquella casa grande y sombría como un monasterio, llena de leyendas medrosas. Parecía haber pasado por ellas todo un linaje de varones trágicos y de mujeres angustiadas. Todavía se revuelven en mi sangre no sé qué endiablados glóbulos aventureros y no sé qué sedimentos de una indecible amargura… En torno de una mesa grande, toda la familia, amigos, vecinos y hasta los criados, haciendo hilas.

En la chimenea, ancha y profunda como una ventana feudal, crujían los troncos y bailaban las llamas. Pendiente del techo, una lámpara alumbraba la mesa en amplio redondel: lo demás quedaba en sombra. En el viejo artesonado labraban las polillas con un ritmo incesante, nocturno, de mineros que ahondan… Y cuando las ráfagas invernales sacudían las ramas de los árboles del corral, un rumor de esqueletos vivos, de sarmientos desnudos y llorosos, llegaba a la sala con clamores no entendidos, con voces lejanas y confusas de una humanidad dolorida y ensangrentada.

El montón de hilas iba creciendo semejante a un monte nevado de inmaculada blancura. La miseria y el lujo, la vanidad y la impureza, todo se redimía en aquellos despojos blancos que iban a llevar a la herida, a la carne abierta del soldado, el latido piadoso del alma nacional.

Así, los hombres ponían su grave aspiración ideal en aquellas cándidas fibras de lino, que hartas de servir en bajos menesteres del mundo, renacían, como las almas purificadas, a un alto ministerio de piedad y de justicia. Así, las mujeres enviaban al espanto de la guerra el temblor de sus manos amigas y el anhelo de sus corazones misericordiosos. Así, nos enseñaban a los niños la noción firme e inquebrantable de la patria, encarnada en seres que morían o mataban, como otros tantos pedazos de nuestro organismo… Así, sabíamos que había sangre nuestra que restañar, hermanos nuestros que revivir, deberes más altos y perdurables que ir a la escuela, que nos saturaban poco a poco de un aura de solidaridad humana, acercándonos a la vida por el camino de la muerte».

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