Discernir realidad de ficción no es fácil incluso cuando uno tiene los pies en la tierra. Cuántas ficciones han acabado por superar la realidad y cuántas realidades nos parecen ficción. El año sin verano, la última novela del periodista y escritor Carlos del Amor, se desarrolla en ese difícil terreno: un terreno lleno de caminos y atajos, de escaleras que suben y bajan, de recuerdos y presentes, de finales tan ficticios como reales.
Carlos del Amor (Murcia, 1974), confirma con esta novela que ya no es solo ese periodista al que todos conocemos, es también un escritor, uno de esos que podría considerarse escritor a secas, de esos que, desafortunadamente, quedan pocos.
Edith Wharton (Nueva York, 1862-Saint-Brice-Sous-Forêt, 1937), amiga de Henry James y una de las voces más singulares de principios del siglo XX, fue la autora, entre otros libros, de La casa de la alegría (1905), Ethan Frome (1911), Las costumbres del país (1913), la autobiografía Una mirada atrás (1934) y un excelente ensayo de teoría literaria titulado La escritura de ficción.
Edith Wharton consigue el Premio Pulitzer con La edad de la inocencia (1920), novela surgida de una conversación con un amigo de la infancia sobre lo diferente que era el Nueva York de principios de siglo de aquel otro de 1870 de calles terrosas y edificios de dos o tres plantas. En pocos años se había pasado de una estructura social con un orden y unas reglas establecidas a otra con unas ideas más abiertas, una libertad a ultranza y la desmesura económica y urbanística. El mundo de su infancia y juventud ya no existía y el amigo de Edith le sugirió recuperarlo en una novela.
Dicen que al hecho de hablar con uno mismo se le denomina soliloquio. Los psicólogos también dicen que ésta es, además, una práctica realmente sana para nuestra salud mental y que puede ayudar en cierto modo a liberar preocupaciones y superar situaciones de crisis. Por otra parte, hablar solos, es también un síntoma de enfermedades mentales como la esquizofrenia.
Todas estas explicaciones encajan a la perfección con la novela del hispano-argentino Andrés Neuman. En Hablar solos, asistimos a tres poderosos soliloquios en las voces de tres personajes en los que se mezcla la enfermedad con la salud, la muerte con la vida, la autoyuda y la autoculpa. El fin mismo de hablar solos.
No soy nada original cuando afirmo que John Updike (1932-2009) es uno de los escritores norteamericanos más importantes del pasado siglo. Su prolífica obra, merecedora del aprecio de crítica y público, comprende una decena de libros de relatos, uno de memorias, varios poemarios y veintidós novelas, dos de ellas ganadoras del premio Pulitzer (Conejo es rico y Conejo en paz), protagonizadas por su emblemático personaje Harry Conejo Angstrom.
Las relaciones interpersonales en general y las de la pareja en particular inquietaban al gran escritor que fue Updike, y son también el tema de la novela que hoy nos ocupa, La granja (en algunas ediciones titulada En torno a la granja), que comento en edición de RBA (2013), con traducción de Carlos Mellizo Cuadrado.
Para quien haya leído La conjura de los necios, estoy segura de que Ignatius Reilly, su protagonista, será sin duda uno de los personajes más extraños y, en cierto modo, entrañables con los que se habrá encontrado.
Quien no haya leído todavía esta maravillosa novela podrá disfrutar por primera vez del ingenio, la ironía, las extravagancias y el insólito mundo en el que se desarrolla esta rocambolesca historia, si es que se le puede llamar así. Y eso, amigo lector, es una auténtica suerte.
Si algo abunda en la Historia de la literaturasonesos manuscritos que grandes escritores abandonan en un cajón para que el cónyuge o el familiar de turno acabe publicándolo tras su muerte, unas veces respetando sus deseos y otras, sin él. Mapa dibujado por un espía es uno de esos manuscritos rescatados. Se tenía noticia del libro porque su autor, Guillermo Cabrera Infante, se refirió a él públicamente en varias ocasiones (llevaba muchos años trabajando en su redacción), pero es posible que se hubiera quedado definitivamente en dicho cajón del olvido si su esposa, Miriam Gómez, no hubiera decidido dar el paso valiente de entregarlo a los editores. Escribo el adjetivo “valiente” porque su marido –ya lo era entonces– cuenta en el libro sus escarceos amorosos y sexuales (y por tanto extra-matrimoniales).
El magisterio de Chéjov como cuentista es indudable (todavía es posible rastrear su ascendencia en numerosos autores de todo el planeta, Carver y los hijos literarios de Carver entre ellos), pero si dejamos a un lado los cuentos, ¿qué nos queda de Chéjov? Quedan sus valiosas obras de teatro (La gaviota, El jardín de los cerezos, El tío Vania) y queda alguna novela, como esta que hoy nos ocupa. Pero si bien Chéjov es, como decimos, destacado autor en los territorios del cuento y del teatro, no ocurre lo mismo con la novela, porque, como recuerda Ricardo san Vicente, autor de la introducción en la edición de Alianza, este género se le daba mal. Esa es la percepción que se tenía (o se tiene), tanto que incluso se le niega la condición de novela a este libro que efectivamente lo es, y que muchos rebajan a relato largo (Se entenderán las cursivas). Ricardo San Vicente, bien documentado, rescata las palabras del editor A. Suvorin tras la muerte de Chéjov: