“El amor a la vida”, de Erich Fromm

Erich Fromm, autor de El amor a la vida. Fuente de la imagen
Erich Fromm nació en 1900 en Francfort del Meno, Alemania, en el seno de una familia judía ortodoxa que había dado varios rabinos. Es lógico, pues, que pronto se interesara por las narraciones del Viejo Testamento, cuyas enseñanzas acabaría comentando en algunos de sus libros. Cuando aún era un adolescente, protestó vivamente contra la Primera Guerra Mundial. A esta juvenil implicación política le seguiría un suceso que cambió su percepción de la vida: el suicidio de una amiga de la familia, una artista joven y hermosa, que decidió acompañar a su padre al más allá cuando el buen hombre falleció. Este suicidio, en principio incomprensible, marcó quizá el inicio de su interés por el psicoanálisis, que le depararía una fructífera carrera: al cabo de los años se convirtió en uno de sus máximos exponentes.

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Michael Gold y los judíos pobres del East Side

Portada de Judíos sin dinero, de Michael Gold (Fénix, 1933)

MICHAEL GOLD Y LOS JUDÍOS POBRES DEL EAST SIDE

Francisco Rodríguez Criado

La inmigración ha sido siempre uno de los temas más recurrentes de la literatura judía. No podría ser de otra manera: en la historia moderna el pueblo judío no tuvo una tierra propia a la que considerar su hogar hasta la creación del estado de Israel en 1948; de ahí que, sentenciados al exilio desde tiempos bíblicos, se hayan visto obligados a subsistir en países donde, en la mayoría de los casos, no pasaban de ser ciudadanos de segundo orden. La importante comunidad judía consolidada hoy en América, en gran parte oriunda de Europa, asentó sus raíces al otro lado del Atlántico principalmente en el periodo comprendido entre mediados del siglo XIX y finales del segundo decenio del XX. Después de la Primera Guerra Mundial Estados Unidos experimentó un retroceso voluntario en la cuantía de recepción de inmigrantes, fruto de un sistema de cuotas nacionales que tuvo su pico más bajo a las puertas de la depresión económica del 29. “En 1925, debido a las cuotas prefijadas, se produjo un parón de la inmigración masiva, pero en 1927 había ya en Estados Unidos 4,2 millones de judíos (el 3,6 % de la población total), con 3.100 comunidades[1]”. Las oleadas de antisemitismo mermaron poco a poco la entrada de los inmigrantes judíos. Son numerosos los testimonios en letra impresa de escritores judíos –de origen europeo o no– que narran su infancia en su nuevo país de adopción, al que se desplazaron junto a sus familias empujados por el deseo de realizar el sueño americano o, desde planteamientos más modestos, de encontrar un trabajo y un techo. Llámalo sueño, de Henry Roth, es uno de los títulos más representativos. (Roth no volvió a publicar ningún otro libro hasta cincuenta años después). Otra obra imprescindible, ahora en el olvido pese al notable éxito que obtuvo en los años 30 del pasado siglo, es Judíos sin dinero, del escritor, periodista y activista político Itzok Isaac Granich (1893–1967), más conocido como Michael Gold, pseudónimo que adoptó en 1920 durante los Palmer Raids[2]. A medio camino entre la novela y la autobiografía, Judíos sin dinero es, sin alcanzar el nivel literario de Llámalo sueño, un completo muestrario de los obstáculos que padecieron las primeras generaciones de inmigrantes judíos en Estados Unidos. Aunque nacido en Nueva York al igual que sus dos hermanos menores, Michael Gold, en su condición de hijo de inmigrantes húngaros, tuvo la sensación desde sus primeros años de vida de no ser americano sino judío, como si “americano” y “judío” fueran conceptos excluyentes.

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“El matrimonio amateur”, de Anne Tyler

el matrimonio amateur

El matrimonio amateur, lejos de limitarse a la relación entre los cónyuges, aborda uno de los temas principales de la literatura norteamericana: la familia. Una familia, en esta narración, cuyas miserias y grandezas son retratadas durante décadas. Los personajes de la novela discuten, se aman, abandonan el hogar, se divorcian y se echan de menos… como en la vida misma.

“Un episodio internacional”, de Henry James

Un episodio internacional, de Henry James. Funambulista, 2006. Traducción de Gabriela Díaz. Postfacio de Max Lacruz   En más de una ocasión he dudado sobre la nacionalidad de Henry James. ¿Estadounidense o británico? Podríamos decir que ambas cosas. Aunque nacido en Nueva York, en 1843, culturalmente estuvo desde muy niño influido por la cultura europea. …

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TRAFALGAR, de Benito Pérez Galdós

Trafalgar, de Benito Pérez Galdós
Trafalgar es narrada por Gabriel, un octogenario “en el ocaso de la existencia” que da cuenta de sus andanzas cuando, siendo un adolescente, entra a trabajar como paje en la casa del capitán retirado don Alonso, hombre pueril que tiene su antagonista en su irritable esposa Doña Francisca, mujer que desdeña la pasión de su marido por las batallas navales. Gabrielillo, poco antes de enrolarse en el navío Santísima Trinidad junto a su amo, se enamora de la hija de éste, Rosita. Hablamos de una novela de iniciación sui generis, y escribo el latinajo porque el personaje novelesco no se abre al mundo para conocer el dulce sabor del amor sino el amargo regusto de la guerra. Jovencitos que juegan a ser adultos y adultos que juegan, en los últimos años de su vida, a ser jovencitos obedecen el pulso narrativo de un Galdós en plena forma.
TRAFALGAR: UNA HISTORIA PARA EL RECUERDO Y PARA EL OLVIDO

Francisco Rodríguez Criado

El siglo XIX fue una dura jornada en la Historia de nuestro país: España se despertó en 1805 con los cañonazos de Trafalgar y se acostó exhausta, noventa y tres años después, tras perder las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas a manos de Estados Unidos en lo que vino a llamarse el Desastre del 98. Sobre el primer acontecimiento, que es el que centra nuestra atención, Benito Pérez Galdós escribió, en 1873, Trafalgar, un magnífico documento literario, mitad novela mitad crónica histórica, con el que inauguraba sus Episodios Nacionales, que alcanzarían la cifra de 46 libros agrupados en cinco series. Este ambicioso proyecto, de acentuado interés histórico, tuvo gran acogida entre los lectores, al margen de clases sociales, quizá porque cumplía holgadamente la máxima horaciana de “enseñar deleitando”.

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